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El atentado ocurrió a las 6:38 de la mañana. Media hora más tarde, las redes sociales y los servicios de mensajería instantánea estaban inundados de anotaciones.

Mientras las ambulancias empezaban a recoger los heridos y a la estación de Policía del barrio San José llegan los peritos del Instituto Nacional de Medicina Legal, los informantes virtuales activaban sus especulaciones.

Y a decir del investigador Carlos Soria, cayeron y nos hicieron caer en una trampa.

Soria publicó un muy citado artículo en la revista Palabra clave (Estrategias para combatir el terrorismo desde la comunicación política y la comunicación informativa, PC No. 5. Universidad de La Sabana), en la que nos aclaró que el terrorismo no es una ideología sino una metodología.

Y esa metodología lo que hace es 'difundir socialmente el terror mediante el uso extremo de la violencia física y moral, para lo que sea'.

Ese no es propiamente el accionar de la delincuencia común; tampoco 'una cuestión de fuerza física, militar o policial', como suele ocurrir, por ejemplo, en una guerra ordinaria: 'Las acciones terroristas son siempre simbólicas, con efectos informativos primarios y con acciones no medibles en relación con la fuerza desarrollada'.

Su máxima es conseguir que la gente se repliegue. Su conquista es lograr que el sentimiento de angustia y desazón se apodere de la población, a través de su arma más efectiva: 'Los terroristas necesitan a los medios de comunicación, y… procuran jugar con nosotros como se juega al tenis, rompiéndonos el saque'.

Por eso su recomendación es entenderlo y combatirlo en términos de comunicación política e informativa.

En Barranquilla, aparentemente, no ocurrió así.

Los ecos del que ha sido considerado el peor atentado terrorista en la historia de la ciudad, fueron motivos de análisis en la academia. De ellos se ocuparon, al menos, estudiantes y profesores del programa de Comunicación Social de la Norte.

En la clase Argumentación periodística unos y otros identificaron las tendencias.

Los primeros mensajes tuvieron origen en el hecho mismo.

Los curiosos colgaron de inmediato videos y fotografías. Así conocimos las imágenes de los cuerpos destrozados y los audios con los llamados de angustia de los policías cuando aún sangraban sus heridas.

Ahí se cumplió una máxima de estos tiempos: el ciudadano, que se cree periodista, quiere ganar en sorpresa. Un noticiero radial que hizo época, antes de que existiera Internet, lo definió con este eslogan: 'ser el primero con las últimas'. No importa si el dato es impreciso, pero entre más rápido actúe el que toma la foto, ganará más poder social.

Cuando ya las imágenes no fueron suficientes, porque en las autopistas de información todo pasa muy rápido, apelaron a la invención.

Ahí, el ejercicio identificó tres tendencias. La primera fue la del miedo mismo. Entonces los mensajes anunciaron carros-bomba, artefactos que la Policía desactivaba en parques concurridos y amenaza de bombas en centros comerciales. Ninguna de esas noticias tuvo fundamento.

La segunda tendencia fue la del oportunismo político. Las voces asociaron el atentado con la supuesta pretensión del presidente Juan Manuel Santos de cancelar las elecciones y perpetuarse en el poder. Las más temerarias culparon al alcalde Char de todo. Las peores vincularon el impuesto predial con la explosión.

Querían generar, por supuesto, un efecto notable en un año político (ya vienen las elecciones al Congreso y pronto las presidenciales).

El elemento en común fue el anonimato, pues, a diferencia de los que ponen bombas, a esos otros terroristas no les interesa que conozcan sus datos personales, aunque en el caso de los oportunistas la estrategia debió fraguarse en sus cuarteles de campaña.

Producto del contexto en el que sucedieron los hechos, surgió también la picaresca. La tercera tendencia informó que en la estación dinamitada pronto funcionará un conocido supermercado de plataformas invasoras; que en cierto barrio de la ciudad pondrán una bomba, pero de gasolina, y que en las afueras del Metropolitano un equipo de futbol dejará un petardo que el equipo local le cedió en la temporada pasada por su incompetencia en la cancha.

En los tres casos se cumplió lo que dice Soria: 'La impresión de fuerza, a veces falsa, de perfección, de tenacidad, de peligro, de omnipresencia generada por los lentes del miedo que todos tenemos, forman parte de la estrategia de terror. Se agrandan las cosas por las gafas de aumento del miedo'.

Es claro el propósito de legitimación social del terrorismo. Sobre la insensatez o falta de cordura ciudadana, hay una explicación inspirada en la angustia, que causa desatino. Y en términos del humor, apenas habría que criticar el afán de sacarle chiste a todo aún con lo que no se debe.

Pero en el aprovechamiento político prima la irresponsabilidad y perversión, porque los autores son siempre conscientes de la manipulación y la mentira.

Ahora bien: ¿Cuál debe ser la actitud de los periodistas frente a todo esto?

Soria les hace las siguientes recomendaciones:

No sean neutrales al informar sobre terrorismo. La neutralidad o el abstencionismo son iguales que la colaboración, más o menos intensa, con el terrorismo.

Tengan cuidado con el manejo de las fuentes. El terrorismo tiene muy escasas fuentes de información. Sus estrategias son secretas y no se comunican. Informen desde las víctimas y no desde los terroristas.

En términos profesionales, sería recomendable dar a conocer precisamente aquello que ellos no quieren que sepamos.

Transmitan esperanza. El terrorismo trabaja con la desesperación. Hagan lo contrario: hagan saber que esto pasará algún día, que esto acabará en algún tiempo.

Controlen la buena fe la política antiterrorista. Mantengan un cierto control para que, ahora, no le hagamos eco en la confusión, al terrorismo de Estado.

Yo agregaría: si bien hoy el poder de informar es también el de los portadores de una tableta o un teléfono inteligente, tengan en cuenta –medios y ciudadanos- que ver no significa entender. Frente a ellos, como al resto, apliquen siempre el beneficio de la duda, para atenuar esta sensación de que en medio de todo más de uno fue (o fuimos) en esta ocasión idiotas útiles.

(*) Director del Departamento de Comunicación Social de la Universidad del Norte