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Una monedita, por favor', 'una colaboración' y 'necesito una ayuda' son las frases que repiten una y otra vez los limosneros que se ubican en cualquier punto de Barranquilla. Los transeúntes son abordados con cualquier argumento, con el fin de conseguir lo que para ellos es su sustento diario.

Algunos piden un día y no se les ve más, pero otros se ubican en la misma esquina o en la misma calle meses después, años después, en igual condición, pero claramente con una edad avanzada. Hasta se saludan, como si fueran viejos conocidos, y se identifican con apodos.

Son los eternos limosneros que eligen un espacio urbano en particular y se quedan allí por mucho tiempo, gracias a los altos ingresos que adquieren.

Ese es el caso de Reinel Castillo, quien llama la atención de los peatones que transitan por el Paseo Bolívar con la carrera 44 por su extrema delgadez, sus costillas se le notan y su manera de levantarse del piso impacta al desapercibido.

Sus anomalías son producidas por una distrofia muscular progresiva de cintura, que lo obliga a caminar con las extremidades superiores inclinadas a 45 grados de la posición natural y a apoyarse con un bastón de madera.

Desde hace 10 años, el arjonero se ubica en esta zona comercial del Centro de Barranquilla, es amigo de los comerciantes del sector, quienes lo llaman el ‘Propio Mello’, y llegó hace 18 años a la capital del
Atlántico en busca de mejor calidad de vida.

Posee un pequeño mueble, en el que se sienta, sosteniendo un recipiente plástico que extiende a la multitud para que le arroje monedas ahí. Ubica una balanza junto a sus pies e invita al caminante a que se acerque a conocer su peso a cambio de una moneda. 'Me quito la camisa para que la gente se conmueva y así me pueda dar (plata)', confesó el hombre de 36 años.

Políglota con doctorado

'Me casé con la hija de un primo hermano de Julio Mario Santo Domingo'. Así empieza a contar su historia Jaime Hernández, un hombre de 69 años, que manifiesta haber estudiado Apicultura y Antropología, en Argentina y Estados Unidos, respectivamente.

Se refiere a su mejor época de vida entre 1977 y 1985, cuando tuvo la oportunidad de conocer, según narra, a países como España, Marruecos e Italia, y realizar un doctorado en Antropología, hasta que la ruptura de la relación amorosa con su pareja le produjo depresión y decidió regresar a Barranquilla, donde nació.

Aquí se dedicó a ser catedrático en reconocidas universidades privadas de la ciudad, pero la crisis en una de ellas lo dejó sin trabajo hace más de cinco años. Su larga barba blanca se asemeja al amplio dominio del inglés, portugués, francés y latín. Por lo que optó por dictar clases de inglés a domicilio, una opción que no le arrojó dividendos.

Siendo así, se vio obligado a pedir limosna en la calle Murillo con carrera 43, donde alcanza a reunir hasta $12.000 en medio día para comprar los víveres. 'Ya es muy difícil conseguir un empleo a mi edad. No decidí, me tocó, me vi forzado', admitió Hernández.

Agrega que una hernia discal y fracturas en la clavícula y brazo izquierdo, producto de una pelea con un hijastro, le hacen más complejas las jornadas, por lo que se ilusiona con 'salir de esto' en un futuro.

Colaborador de la Alcaldía

Un accidente sufrido hace 45 años, cuando una motocicleta lo arrolló en inmediaciones al barrio Sourdis, le provocaron a Carlos Arrieta una dificultad en el caminar, precisamente por la pierna izquierda a la que le incrustaron clavos y platinas, tras una operación.

Desde ese entonces, de acuerdo a sus declaraciones, se ha dedicado por más de cuatro décadas a 'hacer favores' a los funcionarios y visitantes frecuentes de la Alcaldía de Barranquilla, donde espera que le soliciten algún domicilio, a cambio de algunas monedas.

En tantos años, ha sido testigo de la evolución del Centro Histórico, así como el paso de diferentes alcaldes del Distrito, aunque acude a su memoria y recuerda nombres como 'Bernardo Hoyos, Humberto Caiaffa' y el actual mandatario.

Y aunque para su casa solo lleva $1.000 en efectivo recogidos por la colaboración de la comunidad, 'dentro de mi mochila también llevo unos pasteles y una gaseosa que me regalaron'. Arrieta se despide, pero promete volver al día siguiente.

El deambulante cumplido

Con su piel negra bañada en sudor y con una bolsa plástica cargada de panes viene caminando Manuel Cáceres desde el Centro. A pesar de que no tiene un espacio fijo, es reconocido en la carrera 43 con calle 74, debido a que todos los días pasa a la misma hora (1:50 p.m.) por este sector.

En sus declaraciones, es de pocas palabras, pero certero, y no se anda con rodeos. 'Me dedicaba a la albañilería hasta hace dos años, pero con mi avanzada edad ya no me dan trabajo y además tengo problemas en la columna', dijo el hombre de 82 años.

Si no alcanza a recoger dinero, lleva alimentos, se desplaza a pie, pero a paso cansino, hasta el barrio Nueva Colombia, donde convive con una paisana bolivarense.

Este deambulante cumplido, de estatura baja y mirada perdida, se acerca a diario, según comentan testigos, a la terraza de una panadería reconocida en la esquina de la carrera 43 con calle 74 y pide a cualquiera de los comensales un sorbo de gaseosa, con la que se refresca para continuar un largo camino a pie de regreso a Nueva Colombia.

La mujer misteriosa del Centro Comercial

Quien visita con frecuencia un Centro Comercial, en la carrera 38 con calle 74, y planea visitarlo nuevamente, sabe que se encontrará con una mujer, quien aparenta superar los 45 años de edad, solicitando una colaboración a los peatones del establecimiento.

Lo hace desde 2014 para sostener a su madre, quien pasa por dificultades de salud. Sin embargo, de unas semanas para acá, se armó con un recipiente plástico en el que almacena mentas para su venta, artículos que recibió de un oficial de la Sijín para que los vendiera y así sacar ganancias, según explicó.

'No me va bien, la gente me conoce y me colabora con cualquier cosa', explicó sin querer identificarse.

Aunque esta mujer misteriosa acostumbra a pedir alguna ayuda de los transeúntes y no a vender, durante estos días se le ve con el recipiente lleno de mentas, las cuales comercializa gracias a un policía que le donó los productos para que se ‘rebuscara’. Sin embargo, esta actividad le produce temor, según cuenta.

'Para llevarle de comer a mi mamá, ahora estoy vendiendo estas mentas. Pero no me dedicaré a esto por mucho tiempo, pues escuché que las autoridades van a decomisar las mercancías a los vendedores informales que invaden el espacio público. En cualquier momento vienen y me las quitan (las mentas)', sostuvo la fémina.

A pesar de que todos estos tienen una historia diferente por contar, algunas con un toque de fantasía, también tienen en común un detalle: son discapacitados o una dificultad personal los ‘condena’ a dedicarse a la limosna hasta la eternidad.