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Mientras el vecindario de la carrera 41 con calle 70 , en el barrio Boston, al norte de Barranquilla, duerme a la 1:00 de la madrugada, en la casa blanca enrejada de la cuadra hay constante movimiento desde la cocina hasta la terraza y viceversa. Las luces están encendidas, decenas de termos entran vacíos y salen cargados de café y de leche.

Desde el patio de la vivienda, cuyo aspecto aparenta ser antigua, proviene un olor a dicha bebida pura, la cual prepara en ese instante el administrador del negocio, Alexander Cervantes, en una inmensa greca de 140 litros de metal que, por su altura, obliga al hombre a montarse en una silla de madera para batir con un palote el café molido asentado en una coladera marrón.

Al mismo tiempo hierve el agua y la leche, durante 15 minutos le da la vuelta al tinto hasta que está listo 'porque se le siente un sabor a amargo', explica Cervantes sin quitarle la vista a la bebida láctea que permanece en el fogón de dos puestos.

Enseguida entran, se van acercando los tinteros como en fila india, buscando abastecer sus recipientes del café negro. Algunos llenan siete termos y otros llegan a llenar hasta las 15 botellas, dependiendo de lo que tenga dispuesto para invertir de capital. Es decir, si el cliente desea abastecerse de una decena y media, deberá cancelar $60.000 al finalizar la jornada laboral.

Tintero e ingeniero a la vez

 Uno de ellos es Adalberto Cueto, un hombre robusto de 33 años y oriundo de Candelaria (Atlántico), que se dedica desde hace cuatro años a la venta de tintos, aromáticas y pan con mantequilla, quien se vio obligado a regresar a su país tras no haber obtenido éxito durante su paso por el vecino país de Venezuela.

Según narra, su recorrido con destino hacia la Clínica General del Norte inicia a las 3:00 de la mañana, cuando distribuye sus 15 termos coloridos, el recipiente blanco con azúcar y los panes blandos empacados en una bolsa transparente sobre un carrito de dos ruedas, compuesto por hierro oxidado, que impulsa por los senderos peatonales de la ciudad con su mano derecha.

Su producto no pasa de los $300, por lo que en un día 'bueno', de acuerdo a sus declaraciones, se hace entre los $40.000 y $45.000 netos de ganancia, sin incluir los $60.000 que paga al administrador de ‘La Candelaria’, como se le denomina al negocio por el municipio natal de sus inquilinos.

Y, cuando el reloj marca las 5:00 p.m., busca el camino de regreso a su lugar de residencia, pues de 6:00 p.m. a 9:30 p.m. asiste a la Universidad Remington, donde cursa 6° semestre de Ingeniería de Sistemas. 'Después de laborar me dedico a estudiar, porque tengo que salir adelante', dice el esposo y padre de un par de niños.

Como él, otros 40 hombres, entre jóvenes y adultos, asisten a ‘La Candelaria’ de lunes a sábado para obtener recursos que les permitan llevar el sustento a su hogar.