Unos 12 kilómetros de vías pavimentadas, donde antes el lodo, los escombros y la arenilla conformaban los caminos de 30.035 habitantes del barrio Carrizal, en la localidad Metropolitana de Barranquilla, dan cuenta de que este sector ha cambiado con respecto a su infraestructura. Sin embargo, eventos tradicionales como el juego de bolita de uñita y las fiestas amenizadas por los ‘picós’ se preservan por el gusto de la comunidad, que sigue lamentando la presencia de pandillas.
En la carrera 2B con calle 50C, un grupo de nueve hombres, entre los 36 y los 5 años de edad, disputan una competencia de canicas sobre el último espacio de arena que queda en esa esquina, tras ser intervenida la calle antes mencionada, y debajo de un frondoso árbol de mango, que brinda una sombra refrescante.
Llega el turno de uno los jugadores, Carlos Brito, para disparar con el impulso de sus dedos la bola vidriosa con colores en su interior y con dimensiones pequeñas, traza una línea con el meñique en la tierra, ejecuta el tiro con la intención de hacerla chocar con una semejante del rival, pero no atina y cae derrotado.
Según cuenta, ya son cuatro las bolitas de uñita que ha perdido en lo que va de la jornada, la cual inició a las 11:00 a.m. y terminó para él con este último intento. Mientras tanto, sus amigos, unos descalzos y sin camisa, continúan eliminándose entre sí hasta que el último en juego conquiste todas las esféricas.
'Es un juego tradicional en el barrio, me lo enseñó mi papá así como a él se lo enseñó mi abuelo. Si no estamos jugando esto, vamos a la cancha y practicamos fútbol', manifiesta el joven de 15 años.
Mientras ellos luchan por ganar al menos una canica y conservar la propia, otros se ubican alrededor del terreno para animar a su favorito, cual pelea de gallos en la gallera, en la que hay discusiones, gritos y risas, pero sin pasar a las agresiones físicas o verbales.