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Como si el comercio los camuflara mientras el ruido natural de la cotidianidad en las mañanas los callara, o el espacio público los redujera entre cuatro paredes y solo la soledad de la noche fuera ese oxígeno que les permitiera salir para apropiarse de sus calles oscuras y mostrarse como residentes. Así viven los vecinos del Centro de Barranquilla.

Cuando el reloj marca las 8:30 de la noche, las chazas de los vendedores estacionarios lucen cerradas, los maniquíes, que durante el día se prestan para exhibir prendas de vestir, están asegurados con nylon y nudos de plástico en las mismas rejillas donde los nuevos calcetines para damas y caballeros estuvieron colgados a la vista del comprador y a la bravura del sol.

También se escuchan las esteras metálicas cayendo hasta el suelo de los pocos restaurantes y talleres mecánicos que están siendo cerrados.

Y como si fuera el fin de un desfile de Carnaval en la Vía 40, ahora es la esquina de la carrera 40, a la altura de la calle 37, desde donde se ven bajar los carretilleros con este tipo de vehículos provenientes de varias calles más arriba, en las que se la pasan circulando desde la puesta del astro rey sobre el azul cielo despejado para vender chatarra o transportar alimentos.

Sin importar si es lunes, martes o fin de semana, los propietarios de los establecimientos comerciales nocturnos, como bares, estaderos y residencias empiezan, de a poco, a aumentarle el volumen a la música, cuya lista de reproducción oscila entre el vallenato clásico, pasando por la champeta reciente, la salsa con letra erótica y el reguetón lanzado hace poco.

Pero en la calle 42, entre las carreras 41 y 43, el ambiente es diferente a los descritos anteriormente. No hay vendedores ambulantes, ni estacionarios, ni quioscos cerrados y la música es mínima. Son niños que aprovechan la ausencia de carros y motos en la calle para manejar bicicleta y apostar carreras, cual espacio ancho y exclusivo para la recreación infantil a las 9:00 de la noche.

Son los chicos del vecindario, en el que hay alrededor de tres conjuntos residenciales, y en uno de ellos, el Apolo Centro, viven aproximadamente 100 personas. En la zona de acceso a este conjunto están reunidos dos vecinos que observan la 'recocha' de los muchachos, quienes aumentaron la velocidad de sus ciclas y no volvieron hasta que dejaron de ver las cámaras fotográficas en acción.