Compartir:

Por: Gustavo Arrieta
*Usuario Wasapea 

Me cuenta mi mamá que cuando ella era una niña y vivía en San Jacinto, por aquel tiempo era común asistir a fiestas y a celebraciones hasta la madrugada. Solían regresar a casa por las veredas recién saliendo el sol.

Luego de una fiesta familiar, mis abuelos en compañía de mis tíos, dos mujeres y dos varones, regresaban a casa a eso de las cuatro de la madrugada. Aún era muy oscuro, pero era posible distinguir las siluetas de las personas o cosas en la vereda por las pocas luminarias del pueblo. En un momento tuvieron que pasar por una parte llena de vegetación. Mi mamá y uno de mis tíos eran los únicos despiertos, el resto eran cargados por mis abuelos. Cuando estaban por llegar al final del camino, notaron que alguien se acercaba; para su sorpresa, era una pequeña niña en un viejo triciclo, algo que los sorprendió. Justo antes de pronunciar palabra, mi abuela le dijo a mi abuelo, 'no digas nada y sigue caminando, mira sus pies y lo entenderás'. Mi abuelo miró al igual que mi mamá, y quedaron mudos por lo que descubrieron. Al pasar cerca de ellos, la niña los miró fijamente sin pronunciar palabra alguna y se perdió en la oscuridad.

En palabras de mi mamá, lo que vieron fue nada, no había nada del torso de la niña hacia abajo. Era como si flotara en la oscuridad, por eso el aviso de mi abuela de no decir palabra alguna ni preguntar a la niña por qué recorría sola el camino de madrugada.

En los pueblos es común llamar a esos espíritus, 'la mala hora'. Según cuentan, previenen de algún mal que sucederá o ha pasado.