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Los nombres de esta historia han sido cambiados para proteger la identidad de los implicados.

La mañana del 4 de abril iba a resultar en un viaje de emociones para Lucas, uno de los jóvenes que se presentó a la Inspección 17 de Barranquilla. Bajo su axila derecha, como si de un arma enfundada se tratase, el muchacho llevaba un fólder lleno de papeles. Estaba listo para salvarse el pellejo, aunque no estaba seguro cuál sería el precio.

Un mes atrás, el viernes de Carnaval, previo al desorden y al zafarrancho que iba a vivir cualquier otro joven de 20 años como él, Lucas caminaba por la Vía 40, en el andén frente a los palcos que ya se levantaban en el cumbiódromo de Barranquilla.

A su lado, también campante, caminaba Isabella, su amiga, luego de haber ido a pasar la tarde al Malecón del Río después de un parcial de Cálculo. Ese día, todo había estado tranquilo, hasta que una patrulla de policía se les acercó desde la acera de en frente.

Cuando Lucas ingresó al despacho, ubicado en el parque Universal, el inspector Jorge Jaime le estrechó la mano, saludándolo e indicándole que se sentara. El muchacho, entre miedoso y ansioso, se acomodó en el espaldar pequeño, el cual le incomodaba por su altura. En un signo de respeto, se quitó la gorra y la dejó a un lado. Miró a los ojos a su interlocutor.

Manos a la obra

El inspector Jorge Jaime, un hombre calvo con algunas canas, estaba diligenciando una información en el computador cuando Lucas ingresó, agitado, a su despacho. Era de mañana, las 10:32, cuando el joven se lo quedó mirando fijamente. El hombre, complacido, fue directo al grano, lo que terminó agradeciendo Lucas.

—Hola... ¿Lucas?— le preguntó el inspector al tiempo que revisaba el expediente—.

—Sí, inspector, buenos días— le contestó. —No tengo mucho tiempo... tengo un parcial a las 11 y mi universidad está un poco lejos de acá.

—Bueno cuéntame qué fue lo que pasó, Lucas, porque tienes tres comparendos.

—Pues verá, inspector, ni mi papá ni nadie sabe esto, yo todo lo he adelantado yo solo —dijo Lucas—. Voy a empezar a contar, es una larga historia...

Lucas se acomodó en su asiento, respiró, y se soltó a hablar, como una especie de grabación robotizada de los sucesos. Como un hechizo, las manecillas del reloj se quedaron quietas cuando el joven empezó a contar su historia.

Según Lucas contó, cuando él e Isabella caminaban por las inmediaciones de la Vía 40, sobre la calle 76, un patrullero de policía se les acercó con el cuadernillo de comparendos en la mano. Era de noche, estimó, quizás las siete, cuando los agentes, dijo, lo acusaron de haber botado un tabaco de marihuana, escondiéndolo para no ser descubierto.

El joven e Isabella, como contó Lucas en la audiencia, sorprendidos, negaron los hechos ante las autoridades, que empezaron a redactar el primer comparendo al Código de Policía; por haber arrojado u ocultado una sustancia alucinógena que, supuestamente, estaban consumiendo.

Los policías, según relató Lucas, procedieron a intimidarlo y amedrentarlo, lo que sacó de casillas a Isabella, quien, explicó el joven, tiene una condición mental que la vuelve agresiva ante situaciones de alta tensión, como la que estaban viviendo esa noche.

—¿Y ustedes llevaban marihuana? —preguntó, circunspecto, el inspector.

—¡No, cómo se le ocurre! —respondió Lucas, alterado—. A nosotros no nos encontraron nada y por eso no hay evidencias adjuntas en los comparendos. Si supiera... luego de eso nos esposaron.

—Ajá... continúe.

Lucas, luego de volver a respirar profundamente, agarró su gorra y se la puso nuevamente. Pausado, continuó con la historia. El inspector Jaime, interesado, se cruzó de brazos y prestó atención al relato.

Por sublevarse y no colaborar con el procedimiento, según contó Lucas, le aplicaron el segundo comparendo, unos pocos minutos después del primero. Esposado junto a Isabella, que no encontraba su pastilla para calmarse porque no podía acercarse a su bolso, empezó a sentir un dolor intenso en los brazos, justo donde estaba restringido.

—En los documentos que traje hay fotos en donde se ven los moretones por las esposas y el maltrato —le dijo Lucas al inspector, quien asintió mientras revisaba los papeles y le pedía al joven que continuara con su historia.

El tercer comparendo, en apenas siete minutos, explicó Lucas, se lo aplicaron porque no dio la dirección de su casa, 'a pesar de que ya había entregado la cédula'. En ese momento, llegaron dos motocicletas de Policía adicionales; lo que dejaba seis uniformados en total. Además, confesó, se rehusó a firmar los comparendos, los mismos que la mañana del 4 de abril yacían sobre el escritorio del inspector Jorge Jaime.

A la upj

'Yo no te voy a explicar nada, tú eres mío, eres un sucio y vas a pagar', contó Lucas que le dijo uno de los agentes cuando llegó la camioneta Duster, en la que los llevaron a la UPJ.

—¿Los llevaron así, de la nada, a la UPJ? —preguntó el inspector.

—Sí, hasta nos atacaron con el taser para que nos subiéramos, como si nosotros nos hubiéramos resistido. Estábamos muy asustados.

Lucas, contó, fue llevado a la UPJ junto a Isabella, en donde no fueron procesados, dijo, porque los comparendos no explicaban la razón por la que fueron llevados. En la Unidad de Prevención y Justicia fueron recluidos fuera de las celdas, antes de que uno de los médicos los atendiera.

—Verá, inspector, el doctor me explicó que, por todo lo sucedido, mi amiga estaba muy mal —indicó Lucas—. Menos mal encontramos la última pastilla en su bolso y se pudo tranquilizar, llegó un punto en el que estaba botando baba de la boca.

—Entiendo... ¿Y se fueron?

—Sí, nos dejaron ir, pero, si me perdona, hicieron una empanada... —contó Lucas—. Nos explicaron que a pesar de ser mayores de edad alguien tenía que venir por nosotros, sobretodo por Isabella que estaba muy mal. Así que, lo que hicieron fue que me hicieron pasar por su primo para que yo me la llevara como su responsable.

—¿Entonces salieron libres? —preguntó el inspector.

—Sí, pero los comparendos siguen vigentes.

—Déjame decirte, Lucas, que estos comparendos los voy a tener que anular. —dijo, pausado, el inspector.

—¿EN SERIO?

—Sí, tú nunca los firmaste, lo que hace parte del debido proceso, y además no hay evidencia adjunta. Aquí no hay ni fotos del tabaco ni registro alguno de que lo tuviste. Puedes estar tranquilo, estos tres comparendos se caen hoy mismo.

Lucas, luego de media hora de estrés y preocupación, sonrió y suspiró de alivio por primera vez en los últimos 30 minutos. Poco importaba que se hubiera perdido el parcial. Se había salvado de pagar casi $1.600.000, el valor al que equivalían las multas que le habían impuesto.

—Que tenga un muy buen día inspector. Adiós.