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Etilvia Herrera da tres pasos adelante y dos hacia atrás. Ya ha recorrido un kilómetro de los dos y medio que tendrá que recorrer, mientras con su mano derecha se va flagelando con una ‘disciplina’, un objeto hecho con cabuya y bolas de cera. 

En su mano izquierda, esta barranquillera de 55 años lleva empuñada la foto de su sobrino, quien padecía una grave enfermedad y que fue curado –según cuenta– por un 'milagro de Dios'. Milagro que ella prometió que pagaría con una manda de tres años.

Aunque su rostro está cubierto por una manta blanca con cruces negras, el dolor y el cansancio de su cuerpo se nota por los jadeos que da cada que vez que la ‘disciplina’ golpea la parte inferior de su espalda, que ya se nota hinchada y roja por los golpes. 

Aunque la temperatura es alta y el fogaje golpea la cara de los peregrinos, Etilvia avanza a pie descalzo por una trocha de Santo Tomás, municipio de la banda oriental del Atlántico que es testigo de su último año de manda. 

A pocos centímetros de ella están sus familiares dándole ánimos y rociándole alcohol en la parte inflamada, mientras acaban un garrafón de aguardiente que es saboreado por Etilvia aproximadamente cada 15 metros y cuya función es servir de anestesia mientras los golpes hinchan y desgastan cada vez más el cuerpo de esta católica.