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La Unidad de Servicios Especializados en Convivencia Ciudadana y Justicia (UCJ) no es precisamente el mejor lugar para tener una cita romántica. Pero, quizás, sí es necesaria para ponerle punto final a una relación de manera conciliada. El edificio, antes llamado UPJ, es la sede de la Inspección de Policía número 13, en donde toma lugar esta historia. 

Era un poco más de las 11:00 de la mañana cuando una mujer ingresó al despacho del inspector. Vestía de flores y llevaba el cabello oscuro recogido. La oficina, dividida en varias habitaciones de paredes blancas y sillas negras, se encuentra junto a las salas de medicina legal y otros cubículos policiales. Todo estaba en silencio, en una pausa muda, cuando ella entró a la sala de espera, en donde yo la esperaba.

Rápidamente, con el afán de quien quiere concluir un asunto apremiante, la mujer se sentó frente al escritorio del inspector, un hombre veterano de cabello corto. Manuel Pedraza, la autoridad encargada de conciliar el caso, le dio también la bienvenida a otra persona, que ingresó a la habitación con paso lento y con la mirada fija en el suelo.

El hombre se sentó también frente al inspector, al lado derecho de la mujer, y, por primera vez, levantó la mirada dirigida hacia el inspector que presidía la audiencia. Inmediatamente, como por acto reflejo, él movió la silla hacia un lado, sin fijarse ni medio segundo en la señorita que estaba a su izquierda. Hubo un silencio incómodo. Manuel Pedraza carraspeó.

Un saludo formal, acompañado de un par de apretones de manos y miradas fijas. Todo en la habitación estaba quieto. Todo excepto la pierna derecha del hombre, que se movía con intensidad en pequeños compases verticales. Llevaba una camiseta sencilla y un corte de pelo al ras, con el cabello en puntas, como un puercoespín.

Callado, sin mirar ni de reojo a la mujer que estaba a su lado, esperó a que el inspector iniciara la audiencia, a la que se habían presentado de manera voluntaria. La mujer, que se revolvía en su asiento, tomó la palabra antes que el inspector y declaró el motivo por el cual estaban ahí reunidos.

—Este hombre y yo no tenemos ninguna relación, pero hemos venido aquí a conciliar por una situación que se presentó hace unos días.

—Nosotros somos pareja... —dijo el hombre mirando hacia el suelo—. Perdón... expareja.

—Él y yo no somos nada. Recalcó, con voz seria, la mujer, mientras se acomodaba en el asiento.

—Es cierto—, confirmó el hombre con voz apagada. Nosotros ya no somos nada.

Curioso, el inspector se reclinó hacia adelante. Revisó el documento que tenía en las manos y se ajustó los lentes. Miró otra vez a las dos personas que tenía en frente. Esta vez, preguntó con agudeza.

—¿Ustedes son pareja?
—10 años de relación, señor. —Le contestó el hombre con un tono fuerte, atípico en su voz—.

—¿Es eso cierto? —preguntó Pedraza, con la mirada fija sobre la mujer.

—Sí —dijo ella, y añadió: 'Pero terminamos desde octubre del año pasado'.