Cuando cae la tarde en Barranquilla, doña Sara Molina Ángel se prepara para salir. Con los últimos rayos de sol, agarra su caminador y sale a la puerta de la casa. Allí la espera un príncipe, pero no es azul y tampoco tiene corona, va vestido de uniforme verde y es uno de los patrulleros de la Policía Nacional que todos los días la ayuda a cruzar la calle para llegar a su querido Parque Venezuela.
Sara tiene 64 años y nunca falta a esa cita. Por horas se sienta en el parque a ver pasar el tiempo frente a sus ojos. A sus oídos le llegan ecos de vida representados en música, risas, ladridos, suspiros de amor o de cansancio, rebotes de balón, patinetas rodando sobre el concreto, cantos de pájaros o carros imprudentes que pitan sin ton ni son.
Dice que allí se sienta tranquila y sin afanes 'para distraerse, porque el parque es lindo y está bien hecho'.
Como doña Sara, hay decenas de personas que a diario visitan el Parque Venezuela para desarrollar diferentes actividades. Esto hace del lugar un punto de convergencia de ‘microuniversos’. Para comprobarlo basta con visitarlo, por ejemplo, un miércoles. Las canchas se llenan de jugadores, por las áreas verdes corren personas con sus mascotas y en la zona infantil los niños se divierten.
Más de cuatro décadas
Desde que se fundó en 1967, el parque, ubicado en la carrera 43B con calle 87, ha visto generaciones cruzar de un lado al otro jugando bola ’e trapo o trotando a su alrededor; sin embargo, desde que lo entregaron a la comunidad oficialmente el pasado 7 de abril, tras 12 meses de remodelación, el Venezuela ha ido escalando en los corazones de los barranquilleros como uno de los mejores lugares para pasar las tardes en la ciudad.
El comerciante Bernardo Piedrahita da fe de ello. Asegura que su vida y la de su mascota cambiaron desde que decidieron ser visitantes frecuentes del parque.
'Teníamos este parque cerca y no lo utilizábamos. Ahora que lo remodelaron vengo todas las tardes con mi perrito. Él se conoce con otros perros y yo conozco a otras personas. Incluso es un punto de encuentro con mis amigos de infancia', cuenta Bernardo. Y es que, además de estar cerca de su casa, el parque le brinda facilidades de acceso y movilidad para su silla de ruedas.
Armando Castro también vive cerca al parque, pero sus visitas no comenzaron tras la reinauguración, sino hace más de 25 años, cuando de joven jugaba bola ’e trapo con sus amigos en el viejo Venezuela. Hoy, con 55 años de edad, Armando dice que no dejará de ir al parque, mucho menos ahora que él y sus amigos cuentan con una cancha especial para jugar el emblemático deporte barranquillero.
Los veteranos de la bola ’e trapo se encuentran tres noches a la semana para revivir sus días de infancia detrás de la pelota, entre risas y palmaditas en la espalda alternan el uso de la cancha con las nuevas generaciones que apenas empiezan a conocer que el fútbol también se juega con una pelota hecha con retazos de trapo.
'Somos un grupo de al menos 30 que pedimos la construcción de la cancha de bola ’e trapo aquí, para seguir con la tradición y nos ayudaron', cuenta Armando mientras se ejercita en las máquinas biosaludables del parque, antes de ir a jugar con sus amigos.