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Al son de las cuñas reproducidas en los altavoces, tres jóvenes caminan campantes detrás de un furgón blanco que se mueve a poca velocidad. La voz gruesa que sale expedida de los parlantes promociona un producto novedoso, casi que revolucionario, que, supuestamente, le da solución a una decena de problemas de salud.

'A solo mil pesitos, lleve su jugo helado de borojó. Lleno de vitaminas', reza la pauta, repetida un millar de veces alrededor de las abarrotadas calles del centro de Barranquilla.

Cautivados por la música, las modelos y en búsqueda de una rápida solución a la sed, transeúntes, taxistas y curiosos intercambian sus billetes arrugados por la bebida milagrosa, servida en jarras de plástico y preparada en una licuadora. Detrás del misticismo y las suposiciones, un hombre prepara enérgico las decenas de dosis que vende casi que por minuto. Sentado en la parte trasera del vehículo, vierte los ingredientes dentro de un recipiente morado, del que ha vivido en los últimos meses.