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Para algunos, los churros no son más que harina; un palo seco y crocante bañado en azúcar. Para otros, este manjar catalán asentado en Latinoamérica es un placer gastronómico, más aún si es acompañado de chocolate o arequipe. Para Viviana, cuyo nombre fue cambiado para proteger su identidad, este postre es su sustento, la masa frita que la mantiene económicamente ahora que está lejos de su país de origen.

Preparar churros no tiene ninguna ciencia, aunque como toda receta culinaria hay que tener sazón y buena mano. Harina de trigo, una cucharadita de sal, azúcar, aceite y papel absorbente de cocina. Esto, sumado a la paciencia para elaborarlos uno a uno, es lo único que se necesita para prepararlos en casa.

Al igual que en Colombia, en Venezuela los churros también son bastante populares. Traídos por migrantes del viejo continente, la tradición gastronómica española tuvo muy buena acogida en el país petrolero, quizás más que en Colombia y otras naciones de la región. Es por eso que cuando muchos venezolanos llegaron a Barranquilla, arrastrados por la problemática sociopolítica de su país, vender este manjar no les sonó descabellado, menos cuando se convirtió en su forma de ganarse la vida.

Viviana, una migrante de pelo rubio y figura curvilínea, no tiene miedo de meterle la mano al aceite para entregarle los churros a sus clientes, quienes acudían a su pequeño local en Barranquilla. Acudían, sí, en pasado, pues el negocio ahora se encuentra cerrado. Desde hace unos días, por una disputa con Cecilia, la dueña del establecimiento, su estufa y sus enseres de cocina están retenidos, encerrados bajo llave tras la puerta del lugar que alquiló para trabajar los churros.

Del otro lado del cuadrilátero está Cecilia, una barranquillera de unos 60 años, delgada y de baja estatura. El local comercial, ubicado a pocos metros de su vivienda, comparte los contadores de servicios públicos con su residencia, por lo que las facturas son compartidas. Cuando Viviana, la extranjera que le alquiló hace un mes el lugar para su negocio de churros, le manifestó que no quería seguir ahí, Cecilia se dio cuenta de que no le había pagado las facturas de la luz y del gas.