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Junto al caluroso reflejo del sol sobre la lata vieja y medio oxidada, Reinaldo Guerrero se aferró con su mano derecha a una vara de metal, erguida entre el piso y el techo amplio del bus. El vehículo, un Mazda del siglo pasado, marchaba a toda máquina, dejando a su paso una humarada espesa y el eco de los ronquidos de su motor añejo. Cuando el conductor redujo la velocidad y se hizo a un lado del camino, Reinaldo, un hombre moreno y grueso, se aclaró la garganta para despedir el grito característico con el que se gana la vida: 'Calamar, Sabanagrande, Salamina, Santo Tomás. Siga, Siga, que hay puesto'.

Como un trapecista listo para su movimiento final, Reinaldo se apoyó con firmeza sobre su pierna derecha para despedir en el aire el resto de su cuerpo, extendiendo, en señal de bienvenida, uno de sus brazos hacia el andén. Ahí, ansiosos, una decena de personas esperaba desde hacía varios minutos el bus que los llevaría de regreso a sus hogares o hacia sus lugares de trabajo. Desde Barranquilla, en donde muchos residen o laburan, el carro viejo parte todas las mañanas hacia otros municipios del Atlántico y Bolívar, sobre la transcurrida carretera Oriental.

Eran las 8:00 de la mañana y, en medio de la humedad y el calor intenso, la tripulación del bus ya hacía su tercer recorrido. Liderados por el conductor José Guerrero, un capitán de vieja data, el equipo de cuatro hombres comandaba la operación terrestre, en la que patrullan la carretera negra entre Barranquilla y Calamar. Dos cobradores de pasajes, de los cuales uno vociferaba la ruta desde la puerta principal del vehículo, un encargado del mantenimiento y de cargar el equipaje y el chofer, recorren diario el mismo camino, saludando a las mismas personas y viendo el paisaje de siempre.

Sus labores inician a las 3:30 de la madrugada, hora en la que parten la mayoría de buses desde el mercado de la capital del Atlántico o desde los municipios cercanos. Reinaldo, como sus colegas, llevaba ya varias horas de poner a prueba sus cuerdas vocales, cuando la decena de pasajeros se subió al bus e iniciaba su segunda tarea en importancia: la recolección del dinero.

Apiñados y arrugados, como los de un borracho, los billetes de menor cuantía le fueron entregados a Reinaldo, que se movía con agilidad en el pasillo estrecho del autobus. Pasajero que se subía, tiquete que pagaba, por lo que el hombre, vestido de camisa roja y bluyín, murmuraba para sí las cuentas necesarias, asignando las cantidades respectivas a los vueltos y lo de cada pasaje. Todo esto con el vehículo en movimiento, por lo que con el pasar de los minutos el conductor, bajo la frescura de su abanico eléctrico, volvió a orillar el vehículo a la derecha del camino.

Cuando el bus va en camino, un bazar se apodera de la ruta. El festival gitano, integrado por vendedores ambulantes, magos y cantantes, recorre la carretera recta que sale de la Calle 30 en Barranquilla, rumbo a los municipios fronterizos con los departamentos de Magdalena y Bolívar. Al igual que los tripulantes de los autobuses, estos comerciantes y artistas itinerantes también buscan ganarse la vida, amparados en el popular rebusque de la costa norte de Colombia.

Una mujer que asegura ser madre de familia deleitaba con su espectáculo de magia a los pasajeros del viejo bus. La maga, versada en sus trucos, entretenía a los viajeros mientras, a pocos metros, Reinaldo seguía cobrando los pasajes. Con el bus en movimiento, la artista pidió a su público que cortara cuerdas y sacara pañuelos, todo para que una paloma blanca revoloteara sobre los asientos del vehículo. En la puerta de atrás, un hombre camisa amarillo fluorescente ofrecía manzanas capaces de combatir el cáncer, el mal de amores, las infidelidades y hasta el cólera, según presagió el valiente vendedor.

De esta forma transcurre el día, entre ires y venires, hasta que el señor José estaciona el autobus pasadas las 8:00 de la noche. Un poco más de 17 horas al día, de lunes a sábado, componen la jornada de trabajo de estos barítonos del transporte que, como Reinaldo, se ganan la vida gritando y haciendo cálculos sobre ruedas. Según el acuerdo al que lleguen con el conductor, que ronda el 10% de las ganancias de los pasajes, reciben todas las noches su salario, una cifra cercana a los 60.000 pesos si la jornada fue buena. Casi 3.500 pesos por hora de trabajo.