Sentado, la figura de Alberto Villa era casi tan grande como el marco de la puerta. Con sus cerca de 1.85 metros de altura y sus 87 kilos de peso, cuando se puso en pie fue como si lo hiciera un súper humano, alguien fuera de la cotidianidad de este mundo, que estaba rodeado de otras personas más pequeñas, que –al menos– para hablarle, tenían que mirar hacia el cielo, o hacia las láminas de zinc del techo de su pequeña casa. Ahí, rodeado de los adornos de Navidad que su mamá había tejido hace unos pocos días, se veía liviano, fresco, y no como el sujeto musculoso con miles de seguidores en sus redes sociales. En el barrio El Bosque, de donde es oriundo, este fisicoculturista es casi un héroe –una bandera– y la representación de que para cumplir los sueños hay que superar muchos obstáculos; aún si son pesas y otros cientos de kilos para levantar en repeticiones infinitas.
Alberto tiene 22 años, de los cuales los últimos seis los ha dedicado a construir el cuerpo que hoy exhibe orgulloso. Para sus vecinos, que viven en la calle 63C con carrera 12, este joven musculoso es el ejemplo para los más pequeños –incluso para ellos mismos– de que, a pesar de la zona en la que viven, un sector fronterizo entre El Bosque y La Ceiba, 'hay esperanzas de que sean buenos muchachos y construyan una buena vida'. Como toda cuadra barranquillera, en la que cada uno de los vecinos mantiene contacto con los otros, a Alberto lo vieron crecer de niño al joven adulto que es hoy en día. Rodeado de la delincuencia, la inseguridad y las drogas, el hoy hombre ejemplo de su calle espera regresarles todas esas cosas positivas a quienes lo rodean.
Su casa, a diferencia de su espalda y sus brazos, es pequeña y delgada, y está pegada a otras viviendas del mismo tamaño. Quién sabe si es para mantenerse fresco o por su personalidad tan tranquila, pero las puertas siempre están abiertas. También, y quizás esta sea la razón principal, a su mamá, Nuris, que es esteticista, siempre le ha gustado vender productos varios, como esmaltes y tintes coloridos. Además de su pequeño negocio, en frente hay una peluquería, en la que varios niños recibían cortes de pelo al ras con máquinas viejas y desgastadas.