Karl C. Parrish se soñó un barrio de ciudad grande, cosmopolita, cuando –en los comienzos de la década del 20– Barranquilla era apenas una urbe ribereña, pensada más en lo industrial, con calles de barro y sin grandes escenarios. Estadounidense de nacimiento, pero barranquillero en su soñar, este arquitecto hizo de las suyas para consolidar el proyecto que marcaría no solo a los habitantes de aquella época, sino también a todas las generaciones que –en 100 años– se han enamorado del barrio El Prado, de sus mansiones y bulevares.
Entre 1918 y 1920, Parrish, enamorado de la ciudad luego de haber visitado Panamá y varias ciudades de la costa colombiana, vio en los terrenos de Manuel De la Rosa la ubicación perfecta para un proyecto de ciudad jardín, tal y como lo nombró en los primeros planos, ideado por europeos y norteamericanos para contrarrestar las edificaciones masivas y de gran densidad que habían heredado de la revolución industrial.
Fue en 1920, al regreso de Parrish a Barranquilla, cuando Manuel De la Rosa, propietario de los terrenos, cerró el negocio con Karl C. Parrish, cabeza visible de una firma (la Urbanizadora El Prado) dispuestos a jugárselas en la ciudad. Varios expertos, en sus libros y conferencias, aseguran que Parrish se imaginó la vida en lo que hoy es El Prado por dos razones principales: por su ubicación, en una ciudad tan cerca del mar y del río; y por su clima, por la inclinación del terreno, que permiten que la brisa sople con más fuerza.
En un comienzo, cuando se construyeron las primeras calles de tierra y se delimitaron los primeros terrenos, El Prado, más que un barrio revolucionario y adelantado para su época, era apenas una decena de lotes baldíos, a la espera de compradores que fueron apareciendo cada vez más con el pasar del tiempo y la llegada de más extranjeros a Barranquilla.
'El Prado marcó como un hito el cambio en la forma como se venía construyendo en la ciudad, que hasta ese momento se hacía predio a predio, casa a casa, y a partir de él se inaugura en el país un proceso planificado por medio del cual se incorporaron, de una sola vez, 130 hectáreas, que representó el 55.45% del suelo que ocupaba Barranquilla en 1920', indicó el urbanista Porfirio Ospino.
Parrish lo imaginó más como un jardín que como un barrio, tal cual lo estaban haciendo los estadounidenses en el sur de su país, con avenidas amplias, parques y zonas verdes. El Prado fue pensado para que sus habitantes vivieran en casas amplias, de techos altos y ventanales grandes. Alemanes, italianos y –en general, europeos–, que vestían de saco, corbata y sombrero, fueron adquiriendo los terrenos y construyendo ellos mismos sus casas, financiando así el sueño de un norteamericano y su familia, que –gracias al éxito de esta urbanización– terminó radicándose con su firma en Barranquilla.
Como 'la impronta urbanística más determinante del desarrollo físico espacial de Barranquilla' lo describe Carlos Bell, arquitecto barranquillero, quien además reconoce que El Prado 'materializó los primeros intentos exitosos de la dirigencia barranquillera por incorporarse a la modernidad'.