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La calentura típica de la época de apareamiento fue la que generó en Tantor, el elefante africano, unas ansias irresistibles por salir de su hábitat en el zoológico de Barranquilla. Impulsándose en sus patas gruesas y macizas, capaces de apalancar las cinco toneladas de peso, el animal empujó el muro de concreto que planeaba superar para encontrar –según dicen los vecinos del sector– el amor en las calles de la capital del Atlántico.

La madrugada del lunes 24 de junio de 2002, entre los ronquidos del tigre de bengala y el silencio absoluto de los pájaros de colores, a Tantor se le dio por liberarse. La única escapatoria: romper el muro de contención. Algo, que de no ser por el personal veterinario y logístico del zoológico, habría conseguido.

Para los vecinos –y para la ciudad entera– el escape de Tantor fue un evento apoteósico, amparado no solo en el tamaño del animal, un elefante africano con todas las de la ley, sino por todo lo que trajo consigo: los cuentos y las anécdotas por semanas enteras, con los residentes de ese sector intentando explicar cómo el animal había casi puesto sus patas sobre el asfalto de la calle. Y, en caso de haber sido así, preguntándose qué habrían hecho de verse de frente ante la colosal bestia, o así fuera de haber vislumbrado el reflejo de la luna sobre sus blancos colmillos.

'El elefante se quiso escapar porque, al ser un animal tan inteligente, sintió el olor de una hembra en celo que iban transportando por la calle 76, que es a unos pocos metros de mi casa', contó Marlene Quant, residente del barrio La Concepción, quien cree –como varios vecinos– que el episodio no fue más que una embestida de amor.

Esta versión, propagada más como rumor que como hecho confirmado, fue –parcialmente– divulgada por las autoridades que acudieron al zoológico esa madrugada del 24 de junio. 'Ya son varios los episodios con ese animal, sobre todo cuando está en celo', fueron las palabras, en aquel entonces, de Reinaldo Niebles, jefe del departamento educativo del zoológico.