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Por Aura Aguilar Caro*

Comúnmente un rey Momo del Carnaval de Barranquilla no ha integrado la versatilidad caribe en lo magnánime de la expresión artística que representa Alcides Romero Cogollo. Se le veía interpretando el tambor y la guitarra eléctrica, en la Lectura del Bando y su coronación. Lo aprendió en su niñez y juventud con los hermanos Carbonó. Aprendizaje que ha trascendido hasta sus hijos, quienes, a través del acordeón y el canto, deleitaron también en la noche de la coronación. 

El trabajo cultural del Carnaval con niños y jóvenes es una apuesta no tanto comercial, sino educativa, que permite la integración de la familia, lo cual es una institución que ha llegado al límite, con todos los desajustes que hay en las composiciones intrafamiliares del mundo moderno. Por ello, la noche del 2 de febrero de 2020, en el debut de 4.500 niños y niñas fue uno de los espacios más importantes en unidad, enseñanza y vibración cultural, de ver que la tradición del semillero tiene vida y el legado se mantendrá por los siglos de los siglos. 

Además de ser creador desde hace dos décadas de las fachadas de Carnaval y de los cumbiamberitos de Buenos Aires, combina su trabajo diario con la abogacía, su profesión. Es una tipificación que ha hecho Amartya Sen, como Sujeto Agencia, y ha buscado en las ofertas culturales una forma de actuar educando intergeneracional mente a niños y niñas. En ello se integra la capacidad al centro, que, según Marta Nussbaum, se define dentro del contexto narrativo de las vidas humanas que brillan con su voluntad para crear en los otros su propia dignificación como seres humanos. 

En cuanto a los cumbiamberitos, este año, al cumplir tres décadas de existencia, desarrolló un videoclip que a mi modo de ver es una reivindicación de la niñez Caribe. Hay una recuperación de la memoria en torno a los juegos tradicionales: trompos, bolitas de cristal, pelegrina, y cuerda. También participan niños y niñas, con salud diferenciada (Síndrome de Down), mostrando sus capacidades desde la danza, una valiosa restauración que hace la institución Cumbiamberitos de Buenos Aires a la niñez barranquillera. 

Se muestran dos espacios: el barrio Buenos Aires, dentro de la magia de lo popular, la ambientación carnavalera a través de las fachadas coloridas; y el patrimonio arquitectónico del Colegio La Salle, un lugar icónico en la ciudad. Los adultos también aparecen en el juego de dominó que es de arraigo popular, de tertulia y de expresiones espontaneas de los hombres, ante todo. 

En general, esto es lo intercultural en el Caribe. Tal vez se está construyendo ahora la teoría, pero la ha hemos hecho práctica desde hace mucho tiempo. Alcides, en el culmen del videoclip, hermana su barrio con la ciudad y con el mundo. Así da a conocer que a través de la cultura –en una palabra– se construye convivencia armónica y paz. 

Todo lo anterior es un enfoque interculturalidad Caribe, donde el diálogo social y arte dicen presente. En el caribe, somos interculturales por naturaleza propia, en línea de tiempo no pasamos, por procesos entre cultural, multi e interculturalidad. El mismo entramado Caribe diverso y la triada expresada arriba, nos dice que el intercambio europeo, indígena y afro, le dan un matiz al caribe, donde el color miel en nuestras formas es la esencia misma. En el Caribe, todo niño o niña nace con el ritmo.

Finalmente, este objeto de estudio, que es el agenciamiento que el Rey Momo 2020, desarrolla desde hace tres décadas, con la Danza Los Cumbiamberitos, un trabajo que lo hace merecedor de 15 Congos de Oro y, lo más importante, coloca al frente la cultura y la educación como función social. 

*Doctora Educación Intercultural, profesora de Unisimón del programa de Trabajo Social, y miembro Grupo de Estudios interdisciplinarios del Caribe.