Gozar hasta que el cuerpo aguante se convierte –durante estos días– en el grito de combate de cientos de barranquilleros y turistas, que se preparan para disfrutar del Carnaval, una temporada que también se caracteriza por la música, el baile y el licor, mucho licor.
Eso lo tienen claro Jesús López y Humberto Haag, dos barranquilleros 'de pura cepa' que aprovechan la sombra de un palo de almendra –ubicado a las afueras de La Tiendecita– para resguardarse del inclemente sol y tomarse un par de cervezas para combatir a un 'ingrato visitante': el guayabo.
Sentados en sillas –en una de las esquinas más tradicionales del barrio Boston–, los dos hombres aseguran que este es el mejor remedio para recargar energías y pasar la resaca en medio de las convulsionadas actividades que se desarrollan en ‘La Arenosa’ por las fiestas en honor al dios Momo.
'Estos es uno de los mejores planes para recuperarse tras una noche llena de licor', dice Haag, quien disfruta los últimos momentos antes de abandonar su ciudad natal para regresar a la ‘Isla del Encanto’, el terruño que lo ha acogido desde hace más de dos décadas.
A escasos pasos de esta mesa, Ramón ‘Monchy’ Blanco, el propietario de este lugar –considerado patrimonio gastronómico de la ciudad–, ultima detalles para atender al sinnúmero de personas que los visitarán hasta el Miércoles de Cenizas.
Para él, existe una sencilla fórmula para superar los embates que el licor causa en el organismo: beber una cerveza bien fría, acompañada de un 'chicharrón morboso y deditos curucutiadores'.
'Aquí, el guayabo se pasa sabroso comiéndose un chicharrón, porque tiene carne magra y la grasita, que resbala por el hígado para aguantar el trago', indica ‘Monchy’ mientras llena una bandeja con arepas ’e huevo, carimañolas y empanadas.