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Atrás quedaron las bancas de los parques, el frío de la noche, el inclemente sol del pavimento, pero –sobre todo– lo que más agobia a un ser humano, el hambre.

Ese es el pasado de Arnold Ripoll, quien recientemente abandonó la calle para 'cambiar su forma de ser'. Pasó 14 de sus 52 años deambulando por parques, avenidas y puertas de Iglesias buscando caridad, la mayoría de las veces para comprar drogas. Sumergido en ese veneno que daña y mata, dice que lograba el naufragio de las razones que un día lo llevaron a abandonar el barco que mantiene a flote un hogar.

En la calle la gente 'normal', a quien acostumbraba a pedirle una moneda, empezó a escasear, los restaurantes ya no abrían y por ende 'no hay sobrados'.

Entonces la pandemia que mata, que colapsa centros hospitalarios, que tiene en jaque a la economía, que cerró indefinidamente escenarios de entretenimiento y que tiene de rodillas al mundo, por fin lograba algo bueno, que Arnold se reincorporara a esa 'vida normal', que está siendo tergiversada.

'Vine al Hogar de Paso porque sé que aquí me pueden ayudar. La calle es muy difícil, me cansé de aguantar cosas, y también me daba miedo enfermarme de ese virus', dice.