Cuando la matemática se mezcla con los gritos de un vendedor de aguacate y los talleres de español se interrumpen por el tipo que ofrece sus servicios de compra y venta de chatarra, neveras viejas y aires acondicionados, más de una persona entra en cólera en las humildes casas del barrio El Pueblo, ubicado en el suroccidente de Barranquilla. Las madres se estresan, regañan y gritan; los niños se frustran, lloran y patalean.
Pero –por más sufrido que sea todo el cóctel anterior–la situación puede ponerse peor si al mismo tiempo el clima juega en contra al sofocar y hacer transpirar más de lo normal con sus altas temperaturas. Si estudiar en casa es de por si una situación atípica y algo incómoda por el ruido exterior y la deficiencia de espacios idóneos para la actividad, la jornada académica puede ponerse más cuesta arriba si el abanico viejo, aquel aparato remendado en varias oportunidades, pero aún chueco, parece no mermar el calor sino todo lo contrario.
Acto seguido el padre de familia, que meses antes tuvo que adquirir un teléfono inteligente de gama baja-media, empieza a desesperarse mucho más por tener que mandar más de tres trabajos de sus hijos a tres profesoras distintas en medio de sus labores diarias.
Debe hacerlos a los chats internos y no grupales por órdenes de los maestros. De equivocarse haría que la ‘seño’ se moleste y tenga que hacer un esfuerzo extra en su trabajo al proceder individualizar los trabajos en conversaciones que integran a más de 30 responsables de sus estudiantes que escriben –muchas veces– al mismo tiempo. Toda una labor titánica.
A esto se suma que cada padre y madre, en su día hábil para salir (antes de las nuevas medidas) debe buscar personalmente el material académico para sus hijos, por lo que la odisea de estudiar en casa en plena pandemia puede continuar de manera más o menos normal para los estudiantes si antes no se agota su paciencia y se llenan de frustración cuando el internet del vecino, al que muy amablemente sus padres solicitaron la clave del WiFi, para tener conectividad en su casa, empieza a fallar.
Si no hay conexión, no se pueden mandar las tareas. Si no se pueden mandar las tareas, las notas negativas empiezan a llegar. El año está en juego y, en este caso, para ayudar, todo depende de la flexibilidad y empatía de los docentes.
'Es más difícil estudiar en casa porque tengo un solo celular y es difícil con tres niños cumplir con todos los compromisos. Mis niños son bastante voluntariosos con el estudio y siempre quieren hacer sus tareas. Gracias a los profesores he podido salir adelante con mis hijos', Justina.