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Por cinco horas le hacen el quite al bazuco. Gambetean la calle. Espantan a sus ‘demonios’. Se olvidan de la esquina, el alcohol, las desgracias de su estilo de vida, de ser los olvidados por casi todos y de ser rechazados por el sistema.

Por cinco horas vuelven a sonreír, a recobrar la niñez que muchos no tuvieron, a jugar en los lugares donde normalmente en el día son excluidos y que solo en la noche son recibidos para pernoctar en la penumbra. Por cinco horas dejan atrás su pasado, sus caminos llenos de lágrimas, divorcios, peleas, balas, cuchillos, humillaciones y los oscuros laberintos que propicia el vicio. Por cinco horas son el foco de atención. Recobran la esperanza. Vuelven a ser padres, hijos, abuelos, nietos, amigos. Dejan de ser solamente habitantes de calle. Vuelven a sentirse humanos.

Muchos de ellos han hecho un tránsito por la vida demasiado cruel. Tan cruel que prefieren no contarlo para no perturbar el semblante de quien los escucha porque, al fin y al cabo, como ellos dicen, nadie puede conocer de verdad su sufrimiento. Unos chocaron con la realidad de la calle desde la cuna, mientras que otros perdieron sus privilegios y se consumieron con los años.

Tienen historias similares, pero cargas emocionales, espirituales y físicas muy distintas. Lo bueno, en medio de todo lo complejo que puede ser su existencia, es que cuando creían todo perdido encontraron en un Desafío, una iniciativa recreodeportiva liderada por la Secretaría de Gestión Social y la Primera Dama, una oportunidad para salir adelante y darle un nuevo sentido a la vida.