Compartir:

A diario, la preocupación carcome por dentro a José Felipe Pacheco Ternera. La imposibilidad de tener un empleo estable se ha constituido, para él, en un limitante para asegurar el sustento diario de su núcleo familiar.

Son tres las semanas que este hombre de 30 años acumula sin poder trabajar, aunque por razones ajenas a él. Esta situación se ha visto agravada por el estado de embarazo de su esposa Jackeline, quien en cuestión de semanas dará a luz al sexto hijo de la pareja.

'De la pandemia para acá, todo se ha complicado. El trabajo está quieto, no sale nada', sostuvo José Felipe, quien junto a su familia vive en una pequeña casa de madera que fue levantada a orillas del arroyo León.

De no ser por la ayuda que sus suegros envían de forma regular, José dice que no tendrían posibilidad alguna de probar bocado. Una situación que, según cuenta, lo tiene contra las cuerdas.

'Al día solo consumimos dos comiditas: el desayuno bien temprano y otra en la tarde. A diario yo me puedo ganar 30 mil pesos y eso lo invierto en alimentos, en lo básico', agrega.

Aunque es conscientes de la existencia de la covid-19, la precariedad de recursos económicos no le permite –ni siquiera– adquirir un tapabocas: 'Lo que nos podemos gastar en esos elementos, mejor lo utilizamos para comer'.

Dos décadas atrás, su vida transcurría en medio de la tranquilidad que brindan los paisajes que rodean a su natural Pivijay (Magdalena). De un momento a otro, todo cambió: él y su familia abandonaron su terruño, huyendo de una cruel ola de violencia que se expandía con cautela.

Corría el año 2002 cuando su familia emprendió una travesía que los llevó hasta una pequeña parcela en Suan de la Trinidad, un acogedor municipio del sur del Atlántico que se caracteriza por su vocación agrícola y ganadera.

Cuando José Felipe y su familia empezaron a 'echar raíces' en dicho sitio, la tragedia volvió a tocar las puertas de su hogar. En noviembre de 2010, la furia de las turbias aguas del Magdalena se expandieron a sus anchas por la zona rural de este municipio, llevándolo a desplazarse hasta Barranquilla en búsqueda de una nueva oportunidad de vida.

'Cuando llegué a la ciudad, me mudé a este sector. En dos oportunidades, el arroyo se ha llevado mi casa. Estamos acá porque no tenemos otro lugar', dice.

A pocos pasos de este lugar se encuentra la vivienda de Leonardo Bermúdez, un criador de cerdos que también se ha visto afectado por la pandemia.

'Hace dos años me podía ganar 40 mil pesos al día, ahora no gano ni 20 mil. Si antes nos comíamos tres comidas, ahora solo hacemos una', sostiene en medio de la esperanza de que las autoridades se apersonen de esta situación.