Las llaman empanaditas adictivas. Nadie sabe cómo, desde cuándo o por qué. Lo cierto es que a las afueras de la antigua sede de Telecom, ubicada en la calle 73 entre las carreras 38b y 39, se cocina hace más de 30 años una receta que sigue generando adeptos en Barranquilla.
Al lugar llegan personas de todos lados, de cualquier edad y en diferentes medio de transporte. Arriba el universitario y el profesional. El obrero y empresario. El vecino en pijama y el gerente vestido de frac. No hay restricciones para nadie. Caben todos. Hay espacio hasta para la comunión de dos enamorados y para que Paulina Vega, quien se ha dejado llevar por los encantos de estas empanadas, rompa su dieta.
El origen de este puesto de fritos se remonta un par de décadas atrás. Su dueño, Hernando Castro, emigró de Manizales hacia la Arenosa a los 17 años en busca de un mejor futuro para él y su familia y, a punta de pulso y de buenos dotes culinarios, logró su objetivo.
'En 1982 me fui de la casa para conseguir un mejor rumbo, pero no sabía dónde iba a llegar. Ya en Barranquilla, mi hermano fue el que empezó con la venta de guarapo, limonada, jugo de guanábana y las empanadas, que en ese entonces las vendíamos a 30 pesos. Yo siempre estuve ahí acompañándolo y pendiente de cómo era el negocio', cuenta Hernando.
El aspecto del puesto es modesto, pero acogedor. Antes de contar con las herramientas que poseen actualmente, las empanaditas adictivas se fritaban en una estufa sobre mesas de madera que por causas de fuerza mayor tuvieron que cambiarse.
'Una vez un brisón se llevó la mesa con todo y estufa, entonces nos tocó comprar un carro de fritos para poder seguir el negocio', expresó Castro.