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La mayoría no lo creía. Otros no tenían ni idea de lo que pasaba y los que poco a poco se enteraron decidieron dejar de hacer lo que fuera que estuvieran haciendo para conocer, de primera mano, porqué el Rey Felipe VI, el mismísimo hijo de Juan Carlos I y la princesa Sofía de Grecia y Dinamarca, un tipo de casi dos metros de altura, barba ceniza y con el mando supremo de las Fuerzas Armadas ibéricas, abandonó por unos días la Casa de Borbón, un finísimo palacio real, para estar en nada más y nada menos que en el corazón de Barranquilla, caminando sobre alfombra roja bajo un sol canicular por los alrededores de la renovada Plaza de la Paz y hasta atender y tener como despacho propio la Casa Catinchi.

Y, como para variar, con la presencia del presidente de Colombia, Iván Duque. El ‘chisme’, aunque parezca increíble, no voló de manera rápida, pero apenas se esparció lo suficiente, paralizó la operación de un concesionario cercano, con clientes a bordo y todo, hasta la jornada laboral de construcción en un gigante proyecto urbanístico a solo unas cuadras.

Los obreros dejaron la pala, el estuco, la pintura y el martillo, y subieron hasta la azotea a ‘comerse’ el cuento desde las alturas, por lo que los trabajos, al menos por un día, estarán un tris retrasados. A ras de suelo era todo distinto.