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Con una maleta llena de sueños e ilusiones, Francisca Tapia salió de su natural Majagual (Sucre) a 'probar suerte' en la capital del Atlántico. Fue en Las Malvinas donde esta mujer echó sus raíces, sumándose al grupo de vecinos que con esfuerzo y tesón trabajaban por cambiarle la cara a este incipiente sector.

Más de 30 años han transcurrido desde ese momento y para ella el presente no puede ser mejor en este icónico barrio del Suroccidente.

'Cuando yo llegué acá, el barrio tenía muchas falencias. Esto era puro monte y tan solo unas cuantas casitas. Con la ayuda de Dios, las cosas han ido mejorando poco a poco', dice con espontaneidad la mujer mientras saluda a uno de sus 'entrañables' vecinos.

En su memoria se encuentran intactos los recuerdos de los 'momentos de angustia' que vivían a causa del barro y el polvo que 'inundaban' las distintas calles del barrio.