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De la enorme estructura de dos grandes bloques, en un área de unos 22 mil metros cuadrados construidos en cemento y granito que albergó a 570 trabajadores fijos, laborando a 4 turnos día y noche, hoy solo quedan ruinas.

De esa época de esplendor que fue el orgullo de una ciudad pujante que tenía a la Vía 40 como el epicentro industrial de Barranquilla hay muy poco que mostrar, solo viejas fotografías de épocas mejores

En la entrada de la fábrica de hilazas textiles Vanylon S.A. ya no se escucha el zumbido constante de las máquinas y los fierros que chocaban en una constante producción. De ese enorme monumento a la eficiencia que en 1960 abrió sus puertas y contaba con su propio acueducto y planta de energía eléctrica, solo están los bloques demolidos a medias que aún se mantienen en pie, luego de que el 22 de junio de este año iniciara el conteo final para estos muros que le abrirán paso a una nueva manifestación de progreso.

Rafael Beleño y Antonio Muñoz, este viernes frente a al edificio en demolición.

Anatomía de la nostalgia

Antonio Muñoz, junto a Rafael Beleño, apostados en la entrada de la empresa clausurada desde enero de 2012, recordaron los tiempos en que compartían turnos y largas jornadas espaciadas a lo largo de más de tres décadas. Sumergidos entre la nostalgia observaban ayer la operación de demolición de esa empresa que fue el sustento de sus familias y en la que vivieron momentos de alegrías, tristezas, luchas laborales y la experiencia de haber pertenecido como ellos dicen, a una de las mejores empresas textiles de 'Colombia y América'.

'Trabajé 36 años en Vanylon, entré en mayo de 1975. Fui revisor de producción en la sección de texturizado, allí se procesaba el poliéster y el nailon. En esa época trabajaba por el mínimo que eran unos $40 mil. Vanylon exportaba su producción a varios países y generaba muchos empleos y otra cantidad de beneficios a la ciudad como el pago de impuestos. Da tristeza ver como desaparece', contó Muñoz frente al viejo portón metálico por donde entró y salió miles de veces en cumplimiento de sus responsabilidades laborales.

De acuerdo con Muñoz, en sus inicios, la empresa era de las más organizadas de la ciudad. 'Tenía un buen casino, aire acondicionado que cubría todas las áreas porque la materia prima necesitaba estar en buen clima, unos 24 grados. Como en ese tiempo los servicios en Barranquilla eran malos, el agua se iba y no era de buena calidad, y para el producto se necesitaba agua bien tratada y que no parara el flujo, la empresa tenía un acueducto propio y una planta de energía', recordó.

Inicio del ocaso

Beleño aseguró que la época dorada, el momento de mayor esplendor de la empresa fue la década del 70 hasta el 7 de diciembre de 1982 cuando una conflagración que consumió parte de la estructura marcó el inicio de la debacle y de ‘las vacas flacas’. 'Después del incendio que se presentó por una falla o un corto circuito la empresa tomó la equivocada decisión de despedir a todos sus trabajadores y ahí comenzaron varios problemas. El despido fue declarado nulo por el Ministerio de Trabajo y a partir de ahí le tocó sostener una nómina externa que no producía', contó.

'En ese tiempo la empresa perdió mucho de su mercado, los chinos entraron a competir y en general los países asiáticos que ofertaban todo más barato. La empresa tampoco se modernizó, no actualizó su maquinaria y se fue atrasando y perdiendo terreno. Tampoco se diversificó y sus productos, por ejemplo, las medias veladas dejaron de estar de moda y eso creo que los afectó', contó el abogado Orlando Pérez, quien desde 1982 estuvo al frente del proceso de restablecimiento de derechos de los trabajadores despedidos.

De acuerdo con Pérez, a la empresa la benefició en la época dorada del 70 al 82 que el Gobierno estimulaba la exportación y protegía el mercado interno por sobre el extranjero. 'De 2005 a 2010 hubo una gran inyección económica pero ya habían perdió muchos mercados y tenía varias deudas grandes y la producción venía bajando', señaló.

En 2011 la fábrica de hilazas textiles solicitó al Ministerio de Protección Social permiso para suspender sus actividades durante 120 días y eso fue el inicio del ocaso. La fábrica dejó de recibir diariamente unas ocho toneladas de caprolactama –materia prima para fabricar el nylon– por parte de la empresa proveedora Ecofértil, filial de Monómeros con quien tenía una cuantiosa deuda. En febrero de 2012 la empresa cerró definitivamente.

Allí donde una vez centenares de obreros operaban sus máquinas, hoy otros obreros le abren paso a un nuevo orden. La empresa Geoingeniería Ltda., encargada de la demolición del enorme ‘gigante’ gris de cemento va avanzando a pasos agigantados para que en ese mismo lugar en vez de maquinarias y estructuras se levante un conjunto residencial de 16 torres de 15 pisos con apartamentos desde 44.64 metros cuadrados hasta 75.40, con un costo desde $140 millones.

'La demolición debe estar lista el 15 de diciembre y las torres construidas en marzo del otro año. La obra va a conectar con el parque del batallón que va a hacer el parque más grande de Barranquilla con 10 hectáreas. La 79 va estar interconectada con la Vía 40, que va a ser la zona turística más importante de la ciudad con el Centro de Convenciones, y el malecón dándole la cara al río', explicó José Luis Blanco, director del proyecto de demolición.

Con la nostalgia a flor de piel, Muñoz y Beleño contemplaron el ocaso de un sueño y la caída de un ‘gigante’ del que imaginaron hace muchos años que era indestructible.