Compartir:

La incautación la semana pasada de un cargamento de aletas de tiburón en un puesto de control montado por la Policía Fiscal y Aduanera, Polfa, en la vía Santa Marta -Riohacha, abrió el camino para una investigación a fondo sobre la ruta que en el Caribe tiene este comercio ilegal y la práctica prohibida del denominado ‘aleteo o finning’, consistente en atrapar tiburones, cortarles sus aletas y devolverlos mutilados al mar, donde inevitablemente morirán.

'El deceso de los tiburones cercenados se produce por asfixia al no poder nadar y conseguir la circulación de agua por sus branquias o agallas, aunque también fallecen desangrados o devorados por otros peces', explicó el comandante de la Polfa, mayor Wilfredo Orjuela.

Fueron 48 cartílagos de tiburón los que se incautaron en el sitio Las Tinajas, sector de Guachaca, a bordo de un bus. Por este hecho a un hombre se le impuso un comparendo por afectar la fauna silvestre y por transportar partes de la especie sin la respectiva autorización ambiental. Los tiburones cuyas aletas les fueron cortadas, habrían sido capturados en La Guajira.

El biólogo marino Carlos Polo, docente de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y un investigador de tiburones, manifestó que las aletas decomisadas y que fueron mostradas a través de fotografías que circularon en redes sociales, 'son dorsales, las más apetecidas por los pescadores o cazadores'.

Estas aletas son apetecidas en la gastronomía asiática, aunque también usadas para la cura de enfermedades. La sopa de aleta de tiburón es para los chinos uno de los platos más cotizados en su gastronomía, al punto de ser considerado 'un manjar'.

El chef Carlos Mendriz, manifestó que 'por lo general esta sopa es ofrecida en ese país en ocasiones especiales, tales como bodas o banquetes'. Indicó que en el Caribe es poca la demanda que este plato tiene. En Santa Marta, por ejemplo, solo un restaurante lo lleva en su menú y su costo es de $37.800.