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La profundidad de una herida abierta, acuosa y sangrienta que inicia desde la cutícula de un pie lleno de barro se convierte en un lugar más que atractivo para un enjambre de moscas que, en cuestión de segundos, invade el agujero. Los insectos que siguen volando sin patrón alguno se filtran por las fosas nasales, alcanzan a fastidiar en la córnea de algún ojo y otros, simplemente, recorren cualquier parte del cuerpo sin mayor resistencia.

Para cualquier otro foráneo la situación se tornaría desesperante y asquerosa en cuestión de segundos, pero para ellos, que toda la vida han convivido entre los restos de sus propias heces, entre ciempiés, mosquitos grandes, y a veces ratas, la escena es casi normal, una cotidianidad que no les ha afectado en lo más mínimo pues, a su juicio, tienen problemas mayores.

Es el 9 de julio del 2020 y en los caminos de tierra, piedra y aguas empozadas de Tasajera, esa tierra de nadie que solo aparece en el mapa cuando ocurre una tragedia, todos tienen cara de angustia y sufrimiento. Todos parecen haber perdido un primo, tío, hermano, papá o abuelo. Todos tienen evidentes signos de haber llorado en los últimos días. Todos se quejan de lo mismo: de vivir en un especie de bucle maldito donde a la desnutrición, miseria y casi nulas posibilidades de prosperar en la vida se le sumó un infierno desatado por 5.900 galones de combustible que encadena más de treinta muertos, un fortísimo golpe al maltrecho corazón de un pueblo que sigue atrapado en el olvido, a un costado de la Ruta del Sol.

Los únicos que – a lo mejor por su inocencia o tan poca edad– parecen ajenos a la delicada situación son los más pequeños. Los niños, con los deformes juguetes que tienen, pasan las horas de los días corriendo por un ‘mar rojo’ que a veces es marrón o negro, un cuerpo de agua lleno de todas las porquerías imaginables y de donde, en su mayoría, provienen las moscas y cualquier otro bicho que encuentra atractivo un lugar lleno de desechos de animales, materias fecales y diversos materiales orgánicos en descomposición, todo un cóctel de inmundicia que se extiende por varios kilómetros.

Es por eso que muchos de los más pequeños sufren graves infecciones causadas por la invasión de huevos de moscas en sus heridas, una infestación de larvas que solo es contenida en algunos casos derramando creolina, acpm o algún menjurje casero en el sector afectado, una ayuda improvisada que cura, pero que quema la piel.

'No sé por qué tienen al pueblo olvidado. Mi esposo y mi hijo cuando van a pescar no traen nada y aquí tenemos muchas necesidades. A veces no tenemos ni para comer y vivimos muy mal. Los niños se nos enferman por las condiciones malas en las que vivimos', expresó Hilda Ayala.