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El fuerte olor a combustible y una mezcla de plástico, metal y hojas quemadas penetra el olfato y advierte que, entre el kilómetro 45 y 46 de la Troncal del Caribe, se vivió hace exactamente una semana una de las tragedias más graves del Magdalena en los últimos años.

Sobre el asfalto hay suelas de zapatos derretidas que se fundieron con el piso. Hay manchas de pimpinas achicharradas y, tras descender unos cuantos metros por el barranco, cualquier persona se puede estrellar contra una zona llena de camisetas de varias tallas, zapatos y sandalias de las más de 30 personas que se encontraban en el sitio al momento de la explosión de un camión cisterna, en hechos ocurrido el pasado 6 de julio.

En toda la orilla del camino también se puede encontrar uno que otro vendedor ambulante o pescador que, de vez en cuando, rompe el silencio tenebroso de la zona con alguna palabra desquebrajada.

'Ahí dejé muchos amigos. Ahí se murieron las personas con las que compartía todos los días. Usted no tiene idea de lo feo que ha sido esto para nosotros, ver cómo se quemaba la gente que uno consideraba hasta familia. Esto ha sido terrible', cuenta un vendedor de la zona que se rebusca la vida en la vía de Barranquilla a Ciénaga.

Pero –antes de la tragedia del pasado 6 de julio– eran muchos los lamentos y quejas que se escuchaban en el camino. Los vendedores que se rebuscan en el ‘piaje’, como le dicen en Tasajera, la estaban pasando mal por el poco flujo vehicular que transitaba por la zona debido a la pandemia del nuevo coronavirus. Adicionalmente, algunos conductores han evitado, por miedo a 'algún contagio', comprar productos en la zona, lo que ha golpeado mucho más la economía del sector, una comunidad que terminó de besar la lona con la pérdida de más de 30 seres queridos.

'El coronavirus ocasionó que nos hayan dejado de comprar. La gente no quiere comprar y uno no tiene para llevar a la casa y uno se queda parado sin nada. Ahora pasó esta tragedia y se me murieron muchos amigos. Eso a uno le da fuerte. Uno a veces actúa por la necesidad para ver qué puede rescatar. Se me revolvieron los nervios y se me salieron las lágrimas de ver todo lo que pasó. Ahora solo quedamos dos o tres vendiendo', expresó David Rodríguez, quien vende en el peaje.

Algunos vendedores o pescadores que siempre están en la vía prefirieron no hablar en cámara, pero dejaron entrever que viven una angustia interna por dar el aviso de que un camión cisterna se había accidentado, lo que a la postre ocasionó que muchos lugareños se acercaran al lugar para intentar llenar pimpinas de gasolina.

'Si uno fuera ladrón o malo le hubiera hecho algo al conductor o robarle a él, pero no fue así. La cuestión es que todo esto fue por la necesidad de tener mejores cosas', concluyó un joven pescador.