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Tic, toc. El tiempo ha seguido corriendo, el agua ha seguido erosionando, el grueso del río Magdalena ha ido aumentando y en Salamina, desde los más optimistas hasta los más catastróficos, tienen claro que el día de la recontra advertida y profetizada inundación, una tragedia que para sus habitantes podría ser de la escala del cono sur del Atlántico, está más cerca que lejos.

Una terrorífica idea que se sigue afianzando. Cada día más. Cada centímetro más. Cada derrumbe más.

Entre el río Magdalena y el municipio ribereño hace mucho tiempo que dejó de haber tregua.

El ‘monstruo marrón’, que esta vez no ha sido tan intempestivo, sino más bien pausado y sistemático, sin dejar de ser destructor, ya se ha ‘devorado’, según la comunidad, más de 100 metros de tierra, partió en dos la otrora vía principal que conducía a El Piñón y se ha seguido tragando sin prisa ni freno el puerto del Ferry y los distintos negocios que antes estaban afincados en esa zona.

Neveras, mesas de madera, utensilios y hasta fogones ahora están enterrados en el lecho del cuerpo de agua. Ya no queda casi nada. Solo los restos apilados de lo que fue una especie de plaza de diferentes locales comerciales para atender a la población que descendía de los Jhonson.

Solo una casa verde, que ya no tiene techo, sigue en pie, pero su ‘vida’ ya tiene fecha de expiración y más temprano que tarde se vendrá abajo por el caudal, que ya ha agrietado el inmueble y todo a su alrededor. Todo lo demás está cercado por cintas amarillas de la Policía para impedir el paso debido al riesgo de derrumbe en cualquier momento del día.

Es -literal- caminar sobre un terreno traicionero que en cualquier momento cede cuál terremoto y se traga todo su paso.