Irene, Álvaro, Miguel y José apenas balbuceaban cuando en la madrugada del 22 de noviembre del 2000 una caravana de paramilitares mató a 37 habitantes de Nueva Venecia, el pueblo donde nacieron, enclavado en la mitad de la Ciénaga Grande de Santa Marta.
Ellos, con otros niños, también nativos, fueron la noche del viernes pasado, junto con los mayores, protagonistas de una de las jornadas más emotivas que en 13 años de pena y dolor hayan vivido. Con antorchas, como símbolo de la luz que ilumina la esperanza, caminaron por entre los senderos de maderas, recordando a sus muertos.
El pueblo, de casas de tablas que flotan sobre pilotes, parecía esa noche un pesebre iluminado por una gran fogata encendida en la mitad de la pequeña plaza de la Iglesia , la misma en donde 13 años atrás fueron ajusticiados 12 pescadores, porque al resto los mataron, unos en sus casas mientras otros fueron lanzados a la Ciénaga.
La jornada, apoyada por la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas, a través de la estrategia ‘Entrelazando’ del programa ‘Tejedores y Tejedoras’, le permitió a los habitantes de esta comarca revalidar el concepto que 'por muy larga que sea la tormenta, el sol vuelve a brillar entre las nubes'.
Noche de emociones. El padre Wilson, que vino de Malambo, Atlántico, fue el encargado de dar apertura al acto por medio del cual Nueva Venecia recordó a sus víctimas. Una misa fue el preámbulo de los actos simbólicos de las antorchas y la fogata.
Luego que se cumpliera con el simbolismo del fuego, se dio paso al del agua. Un total de 37 peces de la especie sábalo, fueron lanzados a la Ciénaga Grande por los familiares de las víctimas.
María Isabel Mendoza Manga, a quien la madrugada del 22 de noviembre del 2000 le mataron a su cuñado Armando Acosta y a su primo Néstor Iván, dijo que 'se escogió el sábalo porque es el que sobrevive a todas las crisis'.
'Con él nos identificamos porque hemos padecido pero aquí seguimos, en pie, alimentando nuestras esperanzas y dándole un sentido a la vida en medio del dolor', le dijo a EL HERALDO.
El cierre del homenaje a quienes en un abrir y cerrar de ojos los paramilitares les arrebataron sus sueños e ilusiones, culminó con la muestra del documental ‘Los hijos del pueblo del agua’, del grupo de memoria histórica de la Universidad del Magdalena.
Por la mañana las familias habían escrito en piedras que ‘sembraron’ a la entrada de la iglesia, el nombre de sus muertos, 'Todavía hay lágrimas de sobra para llorarlos', dijeron.
Con 37 faroles fueron recordadas las víctimas.
No perdonan. Hace dos años y medio, el Tribunal Administrativo de Magdalena le ordenó a la Nación pedir disculpas públicas a los familiares de las víctimas de esta masacre. Según la decisión judicial, el Estado incurrió en graves omisiones al no proteger a la comunidad, pese a la existencia de serias amenazas que indicaban que grupos de paramilitares iban a arremeter.
El 11 de junio se presentaron las excusas por parte de policías y militares, pero los familiares de las víctimas no perdonaron, porque – según manifestaron – 'no hemos olvidado'.
Hoy insisten en que el Estado, a través de sus fuerzas militares y de policía, los desprotegió cuando la caravana de la muerte irrumpió para asesinar sin piedad.
La masacre. María Isabel Mendoza recuerda que el día que los paramilitares cometieron la masacre, su hija, Irene Graciela, tenía apenas 45 días de nacida. Dice que cuando el sangriento suceso ocurrió ya la bebé había sido bautizada. y dijo que si no lo hubiera estado, 'seguramente le hubiere puesto un nombre que se identificara con la vida'.
El recorrido de muerte de las autodefensas comenzó a las 10 de la noche del 21 de noviembre del 2000 por el caño El Clarín en cinco lanchas que transportaban cada una 12 personas, al mando de alias Andrés, jefe de la compañía ‘Walter Úsuga’.
A las 11 y media de la noche las embarcaciones llegaron a un sitio denominado kilómetro 13 y allí, a machete y puñal, dieron muerte a 11 pescadores. Otros 5 fueron convertidos en rehenes – guías. La idea era que los condujeran por entre los manglares.
A las 3 de la madrugada llegaron a Nueva Venecia y se dividieron en grupos. Uno, ajusticiaba a 12 hombres en la plaza de la iglesia; otro, disparaba contra las casas y un tercer, irrumpía en las tiendas para saquearlas.
A las cinco de la mañana, en la retirada, dieron muerte a otros pescadores que se transportaban en tres canoas.
En versión libre el 3 de julio en Barranquilla, Rodrigo Tovar, alias Jorge 40, aceptó la masacre de Nueva Venecia a la que denominó 'hechos de guerra'. Dijo que fue una operación militar para controlar un territorio que había sido del dominio de la guerrilla del ELN.
Luego fue condenado a 47 años de prisión por el Juzgado Único Penal del Circuito Especializado de Santa Marta, que acogió el material presentado por un fiscal de la Unidad Nacional de Derechos Humanos.