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Los árboles son fuente de vida. Una de sus funciones es liberar suficiente oxígeno, capaz de hacer respirar a una familia integrada por cuatro miembros. Además, absorben dióxido de carbono. Por estas y más razones, somos los seres humanos los encargados de darles un cuidado especial para que estos no mueran. 

Algunos pueden vivir muchísimos años y, mientras existen, desempeñan un papel vital en la regulación del clima, generan corrientes de aire, aumentan la humedad del ambiente y disminuyen la temperatura en verano. 

Además de aportar beneficios económicos, cumplen funciones que favorecen a la ciudad como mejorar la calidad del aire, reducir el molesto ruido que se produce en las urbes, sirven como morada de las aves, y sus raíces actúan como descontaminantes, reteniendo nutrientes y agentes patógenos, etc. 

Todo lo anterior es un ejemplo claro de la importancia de los árboles; sin embargo, la vida útil de estos varía y su muerte llega más temprano por factores externos como las plagas y las plantas parásitas. Ante estas situaciones, tres expertos hacen una serie de recomendaciones para minimizar esta amenaza que acecha a uno de los ejes principales de la vegetación.