Hace tres semanas Camila Guerra Acosta se dio cuenta de que los clientes con que se topaba en las calles y en las páginas webs empezaron a escasear. No encontró a casi nadie transitando por las vías públicas donde hasta hace poco trabajaba por las noches, en la calle 70 y la 80, en el norte de la ciudad y los establecimientos nocturnos de los alrededores.
'Ni las webcams, ni los sugar daddys, ni los altos empresarios están pensando ahora en sexo', dice Guerra desde su casa en el barrio Los Olivos, con un tono de voz pausado que a veces comunica preocupación.
La conversación es telefónica; no podía ser de otra manera en medio de las medidas de aislamiento obligatorias expedidas por el Decreto 457 del Gobierno nacional. Camila dice que ya ha rechazado varios servicios: 'Yo tampoco estoy pensando en satisfacer la necesidad de nadie porque hay un problema público que es la salud'.
En su casa vive con su madre, dos abuelos y un hermano pequeño. Con 23 años, es la encargada de pagar las dos facturas que llegan a su casa: la del agua y el gas. Sus ganancias son la única fuente de ingreso estable para la familia. El aislamiento obligatorio, la pandemia y el temor al contagio la han dejado –igual que a muchas trabajadoras sexuales de Barranquilla y el mundo– sin actividad laboral. 'Esto cayó de un momento a otro', dice, 'fue algo imprevisto'.
Aunque en Colombia la cuarentena obligatoria empezó a regir a las cero horas del pasado 25 de marzo, Guerra dejó de atender clientes con una semana de anticipación. Por prevención, canceló 'dos servicios' antes del aislamiento decretado el 20 de marzo por el alcalde de Barranquilla, Jaime Pumarejo; y hace una semana, el primer día de la cuarentena, descartó otro. 'Ahora mismo no me interesa que me ofrezcan tantos millones', explica. 'Una ayuda humanitaria sí, porque no tengo ahorros, no tengo nada. Tenía cuatrocientos y pico mil de pesos y eso ya se fue'.
Camila, mujer transexual, lleva tres años ejerciendo la prostitución. Cuenta que 'cuando era chico' estudió en una universidad, que decidió abandonar por las frecuentes burlas y actos discriminatorios en su contra, y porque algunas personas insistían en llamarla por el nombre jurídico. 'Fue mucho el peso de la sociedad', dice. 'Aunque la gente te diga ‘no les pares bolas’, eso es mentira. Afecta'.
Un día se dio cuenta de que tenía dos alternativas. 'En Colombia una mujer trans, por la estigmatización tiene que elegir entre ser peluquera o prostituta. A mí no me gusta ser peluquera y me tocó ser lo segundo', dice. A Camila le gustaría estudiar idiomas y ser traductora.