Hace diez años, Jo Nemeth tomó una decisión radical: dejar de usar dinero. No porque se viera obligada a hacerlo, sino porque estaba convencida de que podía vivir de otra manera, más conectada con la naturaleza y con las personas. No tiene propiedades, no recibe ayudas estatales ni ahorros. Su vida se sostiene a través del intercambio, la autosuficiencia y el apoyo comunitario.
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Antes de tomar esta determinación, Nemeth tenía un empleo estable en desarrollo comunitario, un salario seguro y una rutina predecible. Pero sentía un malestar creciente. No era solo algo personal: cada vez le resultaba más difícil ignorar el impacto negativo del sistema económico en el medioambiente y en las personas más vulnerables.
Su perspectiva cambió cuando sus padres, agricultores jubilados, le regalaron un libro sobre estilos de vida alternativos. En sus páginas conoció la historia de un hombre que vivía sin dinero. “Pensé: ‘¡Dios mío, tengo que hacer eso!’”, recuerda.
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Poco después, según cuenta la misma Nemeth, leyó ‘El hombre sin dinero’, de Mark Boyle, y su convicción se reforzó. Finalmente, en 2015, cerró su cuenta bancaria, entregó sus últimos ahorros a su hija Amy y renunció a su empleo.
Los primeros pasos en una vida sin dinero
El primer desafío fue aprender a cubrir sus necesidades sin dinero. Se mudó a la granja de una amiga y construyó una pequeña choza con materiales reciclados.
Para alimentarse, Nemeth empezó a cultivar sus propios vegetales y aceptaba productos que otras personas descartaban. “Mis amigos me daban comida desechada”, cuenta. También comenzó a fabricar su propio jabón y detergente, reduciendo su dependencia de productos comerciales.
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El transporte fue otro cambio importante. Sin dinero para boletos de autobús, caminaba largas distancias o pedía aventones haciendo autostop.
La adaptación a su nuevo estilo de vida
Sin embargo, no todo ha sido fácil. A veces extraña comodidades como el agua caliente o un trozo de chocolate. Y cuando necesitó atención médica, tuvo que buscar soluciones alternativas. De hecho, para pagar un tratamiento dental, organizó una campaña en GoFundMe, ofreciendo clases de tofu y vinagre de manzana a cambio de donaciones.
En 2016, su camino la llevó a casa de Sharon Brodie, una amiga que había enviudado recientemente y necesitaba apoyo. “Me sentía tan abrumada que ni siquiera quería seguir viva”, recuerda Brodie. Nemeth se quedó para ayudar y, con el tiempo, la casa se transformó en un hogar multigeneracional, puesto que su hija Amy, su esposo y sus tres hijos pequeños también se unieron.
“Si calcularas el valor en dólares de todo lo que hace mamá en esta casa, probablemente contribuye más de lo que nosotros pagamos en alquiler”, dice Amy.
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Hoy, Nemeth continúa viviendo sin dinero y colabora como voluntaria en un huerto comunitario en Lismore. No está en contra del dinero, pero lo usa solo cuando es estrictamente necesario. Su próximo paso es construir un espacio aún más reducido para habitar con lo mínimo indispensable. “Cada vez me doy más cuenta de que quiero volver a lo básico”, confiesa.
Su amiga Sharon la ve como una pionera. “Creo que, tarde o temprano, todos tendremos que vivir como ella: de manera más sencilla, cultivando nuestros propios alimentos y ayudándonos unos a otros”.
Por su parte, Nemeth está convencida de que la verdadera seguridad no proviene del dinero, sino de la comunidad y la cooperación. Y, por ahora, no tiene intención de cambiar de opinión.