Por más de una década, el mundo lo vio recorrer el planeta como el papa viajero de la misericordia, el hombre de blanco que abrazaba migrantes, hablaba de inclusión y reformaba a la Iglesia. Pero hubo un destino que nunca pisó durante su pontificado: su propio país. Francisco, el primer papa latinoamericano, nunca volvió a Argentina desde que partió a Roma en 2013.
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No es que no pudiera. En doce años de papado, visitó 60 países. Pasó por Brasil, Bolivia, Paraguay y Chile, todos vecinos de Argentina. Voló a México, a Cuba, a Ecuador, a Perú. Pero Buenos Aires, su ciudad natal, jamás estuvo en su itinerario.
¿Por qué el papa evitó el regreso a casa? La respuesta, aunque nunca dicha abiertamente, parece estar en la compleja relación que mantuvo con su país natal.
Cuando Jorge Bergoglio tomó el avión hacia el cónclave de 2013, no imaginaba que no volvería. A sus 76 años, se preparaba para el retiro. Había dejado lista su habitación en un hogar sacerdotal de Buenos Aires. Pero el destino cambió todo, pues, fue elegido papa y entonces comenzó otra vida.
Desde Roma mantuvo la mirada puesta en Argentina. Leía las noticias, enviaba cartas manuscritas a viejos amigos, comentaba sobre fútbol, tango y política. Cada semana recibía delegaciones argentinas. Su corazón, decían quienes lo conocían, nunca dejó de estar en casa.
Algunos pensaban que lo haría pronto. Otros que esperaría una coyuntura política adecuada. Francisco, sin embargo, siempre postergaba. Decía que quería, pero que no era el momento. Que había otras prioridades.
Con el tiempo, esa ausencia se volvió un símbolo. Muchos argentinos se sintieron heridos. Para un país que idolatra a sus figuras internacionales , como Maradona, Messi o la reina Máxima, que el papa no regresara fue visto por muchos como un desaire.
Sus detractores lo acusaban de dividir a la Iglesia, de apoyar políticas populistas, de estar demasiado cerca del poder o demasiado lejos del pueblo. Sus defensores decían que su misión era universal, que debía mantenerse por encima de las grietas.
A eso se sumaba un pasado que nunca dejó de perseguirlo: su rol durante la dictadura militar, cuando era jefe de los jesuitas. Aunque varios testimonios lo absolvieron y confirmaron que ayudó a perseguidos a escapar del país, algunos sectores no olvidaron.
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Posibles motivos
Según Gustavo Vera, amigo personal del papa y dirigente social, el verdadero motivo detrás de su prolongada ausencia fue más político que logístico. Francisco, asegura, tenía una preocupación central: que su presencia no fuera utilizada como un trofeo de ningún sector.
“Siempre decía que iba a ir a Argentina cuando sintiese que era un instrumento para colaborar en la unión nacional, para colaborar en superar la grieta, para tratar de que los argentinos se reencuentren”, explicó Vera.
La “grieta” a la que se refiere no es una simple diferencia de opiniones. Es una herida abierta que divide al país desde hace décadas, una suerte de fractura cultural y política que separa a peronistas y antiperonistas, o más recientemente, a kirchneristas y antikirchneristas.
En medio de ese campo minado de pasiones y resentimientos, Francisco parecía entender que cualquier gesto suyo sería interpretado como una toma de posición.
Ir al país podía implicar avalar a un gobierno o enfrentarse a otro. Bendecir una misa en Luján podía ser visto como una jugada política. Visitar un barrio humilde, una señal ideológica.
Y aunque en la Argentina muchos lo identifican con el peronismo por sus discursos sociales, su cercanía con ciertos referentes, su origen jesuita y su estilo populista de hablarle al pueblo, el propio Papa se encargó de desmentir esa percepción.
“Nunca estuve afiliado al partido peronista, ni siquiera fui militante o simpatizante del peronismo. Afirmar eso es una mentira”, dijo categóricamente en el libro El pastor, publicado en 2023 con motivo de sus 10 años como Sumo Pontífice.