El país supo sobre la existencia de Pablo Emilio Escobar Gaviria a partir del 16 de junio de 1976, cuando el DAS capturó en Ipiales (Nariño) a cinco sujetos que traín 39 kilos de cocaína encaletados en llantas de vehículos. Venían de Ecuador en un camión procedente de Perú. Uno de estos hombres era el futuro capo, entonces un delincuente de poca monta, fumador de marihuana, jalador de carros y ladrón de lápidas en el cementerio de Envigado. La imagen del Escobar capturado, con reseña judicial y todo, fue publicada dias después, y por primera vez en un medio de prensa, por el diario El Espectador. Este Escobar de bajo perfil que hacía sus pininos en el narcotráfico, se convirtió después en el capo de todos los capos, en el enemigo público número del país, en el delincuente más peligroso y buscado de Colombia y Estados Unidos, por cuya cabeza llegaron a ofrecerse hasta 5 millones de dólares.

Luego de una intensa y sangrienta cacería, fue dado de baja el 2 de diciembre de 1993, mañana hace 20 años.
DOS DÉCADAS
A pesar de haber transcurrido dos décadas de la muerte del capo, Pablo Escobar parece más vivo que nunca. No solo nos los recuerda la televisión con su Patrón del mal, sino el modelo criminal que implantó en Colombia, y que no ha podido ser erradicado, pues permanece intacto con muchos otros pablos traficando droga, sobornando a funcionarios y políticos. Extorsionando, secuestrando; y matando al que se les atraviese en el camino.
Pablo Emilio Escobar Gaviria pasó tristemente a la historia de la humanidad como el criminal más sanguinario del mundo, y su nombre contribuyó de manera lastimosa a conocer al país en todo el orbe por las toneladas de cocaína que exportó.
También por las miles de víctimas de sus carrobombas, arma letal que le valió para arrodillar a la sociedad colombiana y al establecimiento político administrativo del país.
Dueño de una inteligencia y sagacidad digna de mejor causa, este paisa quedó convertido en personaje legendario, al que aún muchos le rinden culto.

Esta inversión de valores la está sabiendo usufructuar en estos momentos su hijo Sebastián Marroquín (nombre que Juan Pablo Escobar Henao adoptó para ocultar el rastro de sangre de su estirpe). El joven vende en el mercado internacional, para perpetuar la memoria de su padre, camisetas con el rostro del capo, su cedula de ciudadanía, e incluso, su registro civil de nacimiento. Solo le faltaron las imágenes de las llamaradas y la destrucción que dejaron los bombazos que estallaban en cualquier hora y esquina del país, con su saldo de destrucción y muertos. O los rostros sangrantes y llenos de terror de los sobrevientes, quienes aún gimen de dolor.
YA SE HA DICHO TODO
De Escobar prácticamente ya no hay nada más que decir, de él se ha contado todo, pero nunca estará de más recordar que su poder de destrucción le dio un giro a la historia del país.

Tal vez muchas de las desgracias que vivimos durante su vigencia como ‘Rey de la cocaína’, e incluso después de su muerte, y las que padecemos ahora, se la debamos a su nefasta presencia en la faz de la tierra.
Él fue el responsable de la muerte de personalidades brillantes como el ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, del entonces procurador Carlos Mauro Hoyos, de Enrique Low Mutra, y de un líder de las calidades de Luis Carlos Galán, el político liberal sobre el que el país tenía puestas sus esperanzas.
Su cerebro criminal fue, además, el que plantó la simiente del paramilitarismo con la creación en 1982 del MAS (Muerte a secuestradores), la célula asesina conformada especialmente para liberar a Martha Nieves Ochoa, secuestrada por la entonces guerrilla del M-19, y hermana de los hermanos Ochoa Vásquez, sus socios en el llamado cartel de Medellín.
El más se constituyó con su conocida secuela de muerte y horror en la antesala del paramiltarismo de los hermanos Castaño Gil, la organización no menos criminal que también arrasó con notables figuras públicas, la que malogró toda generación de líderes como Bernardo Jaramillo Ossa, Jaime Pardo Leal, Carlos Pizarro Leongómez, José Antequera, Jaime Garzón, para citar solo a estos.
GUILLERMO CANO
Otra de las víctimas notables del poder sanguinario de Escobar fue el inolvidable Guillermo Cano Isaza, a la sazón director de El Espectador, asesinado el 17 de diciembre de 1986, cuando este delincuente ya se erigía como el gran capo del narcotráfico.
Cano mantuvo una posición editorial férrea contra las mafias de las drogas, y cuando Escobar comenzó a pisar el capitolio nacional con curul propia de congresista -e ínfulas de ser presidente de la República-, volvió a publicar la célebre foto de la reseña judicial por el caso de la cocaína. En esa gráfica aparece Escobar con una sonrisa sarcástica, sosteniendo en sus manos la ficha carcelaria. Más allá de sus editoriales, la publicación de esta fotografía fue la que prácticamente selló el asesinato de Cano, según dijo en una oportunidad Popeye, su lugarteniente de confianza.
ORGANIZACIÓN Y LIDERAZGO
A pesar de que su actividad fue siempre marginal e ilícita, a Pablo Escobar se le reconoce la organización empresarial que le supo imprimir al negocio de la cocaína.
Además del liderazgo que a sangre y fuego supo imponer entre toda la caterva de grandes narcotraficantes del país, que incluye al también asesino Gonzalo Rodríguez Gacha, cuya historia criminal por estos días nos la recrea la televisión.
Pablo Emilio Escobar Gaviria logró encumbrar su emporio empresarial ilegal cuando la bonanza marimbera colapsaba, y los capos de la hierba caían en la bancarrota, de donde no lograron levantarse jamás tras nadar en un mar riquezas.
Bajo la premisa de que la cocaína, con menos volumen en relación a los inmensos fardos de marihuana, producía muchísimas mayores ganancias; Escobar se lanzó a la industrialización del negocio, y montó en los llanos del Yarí (Entre Caquetá y Meta) el complejo cocalero del que nunca antes se había tenido noticia: Tranquilandia, toda una factoría dedicada a la producción y refinamiento de la pasta de coca, con una producción semanal de 18 toneladas del alcaloide a un precio en el mercado gringo de 1.200 millones de dólares. Era un área de 550 hectáreas con 19 laboratorios operando activamente.
Allí consolidó su imperio de capo de todos los capos, y reinó cómodamente hasta el 7 de marzo de 1984, cuando en un operativo policial al mando del coronel Jaime Ramírez Gómez, el sitio fue desmantelado. Dice la historia que fue tal la furia de Escobar con la destrucción de Tranquilandia, que ese día sentenció a muerte al alto oficial, crimen que cumplió 17 de noviembre de 1986.
Su hegemonía a la cabeza del narcotráfico llegó a un punto en que no solo producía y exportaba toneladas del polvillo blanco; sino que controlaba las rutas de envío y su distribución en el exterior. Se afirmaba que de muchas partes del país no salía un gramo de coca sin su visto bueno, y obvia participación.
En Medellín consolidó un ejército personal de asesinos con los ultramencionados alias Popeye, Arete, Pinina, Tyson, Limón, Pasarela, entre muchos otros, a los que enriqueció para ganar su lealtad absoluta, pues su sistema no era asignarles pagas específicas, si no participaciones en las jugosas utilidades que dejaba cada envío de coca.
Estos criminales a su vez le organizaban en las comunas populosas de Medellin las redes sicariales con las que conformó su maquina asesina, que empleó para matar a 550 policías, solo en la capital antioqueña, cuando decidió declararle la guerra a la institución. La venganza contra la Policía la originó porque el Bloque de Búsqueda, que se conformó para atraparlo, dio de baja a su primo y hombre de confianza, Gustavo de Jesús Gaviria, el 12 de agosto de 1990. En cumplimiento de esta vendeta llegó a pagarles a sus sicarios $2 millones de pesos por policía asesinado.
EL CUARTO MÁS RICO DEL MUNDO
La fortuna que Pablo Escobar logró amasar en el cenit de su turbulenta vida de narcotraficante, le valió en 1987 para que la prestigiosa revista Forbes de Estados Unidos, especializada en temas de economía, lo situara como el cuarto hombre más rico del planeta.
Encumbrado en su propio ego, a Pablo Escobar le sucedió lo que a tantos empresarios ricos en Colombia: ansias de acumular más poder, ese que se alcanza en las instancias políticas.
Satisfacer este capricho le fue fácil, pues con su descomunal fortuna adquirió lo que le faltaba, un asiento en el congreso.
En 1982 llegó a la Cámara de Representantes como suplente de Jairo Ortega Torres, y con el aval de Alberto Santofimio Botero, este último figura política de la época, hoy condenado a 35 años de cárcel por el crimen de Luis Carlos Galán. Sin embargo, este sería el principio de su largo fin, pues el escándalo que generó su presencia en el capitolio, ‘recinto sagrado de la democracia’, paradójicamente condujo a su salida de la política.
A partir de ahí se sumergió en la clandestinidad, de donde no saldría jamás hasta el 2 de diciembre de 1993, cuando a eso de las 2:45 de la tarde cayó abatido en el tejado de una casa del barrio Los Olivos de Medellín. Estaba solo, desesperado, acorrolado, y sin el poder del que logró rodearse.
Murió el capo y nació la leyenda, que hoy, sin importar consideraciones de ninguna especie, como mencionamos antes, le mantienen culto, con un tour turístico que ofrece en Medellín su hermano Roberto y que incluye recorrido por los sitios emblemáticos del capo.