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Una lenta lluvia de cenizas hizo durante varias horas de preludio al trueno ensordecedor que vino antes de la medianoche no del cielo sino desde adentro de la tierra y que derramó sobre Armero una gigantesca como nunca antes avalancha de lodo, lava y hielo, que luego se llevó consigo estufas, tejas, colchones, carros, casas, muertos y vivos.

Germán Lanilla era un niño entonces de 11 años que, tras haber sobrevivido a la caída de su casa, fue arrastrado durante tres horas y 10 kilómetros por ese tsunami espeso y caliente de horror, espantado y reconfortado al mismo tiempo por las plegarias gritadas de la gente, acompañado por momentos de personas que no veía y a las que luego dejaba de oír para quedar sepultadas para siempre bajo el pueblo que nunca más existió.

'Ese día, el 13 de noviembre de 1985, empezó a caer ceniza. Era un fenómeno extraño para los habitantes de Armero. Yo recuerdo que nos producía inquietud, pero no teníamos miedo, porque cuando la gente empezó a averiguar lo que las autoridades decían era que no había ningún riesgo y que solo debíamos usar un pañuelo húmedo para taparnos la boca y la nariz', contó a EL HERALDO Germán Lanilla, hoy coronel de la Fuerza Aérea Colombiana.

Él estaba en la casa de sus abuelos maternos, con su abuela Lilia, de 60 años, y su bisabuela Paulina, de 80, para quienes sería la última noche de su vida. A las 11 p.m. se escuchó el estruendo en las entrañas del pueblo y bajó la poderosa corriente del infierno.

'La pared que al principio nos estaba protegiendo, se nos cayó encima y mis abuelas murieron. Era agua que pasaba a mucha velocidad y quedamos sumergidos; por obra divina salí de ahí y una corriente de agua me liberó del peso de la pared. No se veía nada, no había energía, solo agua, barros y escombros a gran velocidad; me hundía y volvía y salía', narra con un detalle asombroso Germán.

Sus recueros sorprenden pues para entonces era un niño para quien aquello era una película de terror que le pasaba ante sus ojos, ante su piel con ardiente lodo, ante sus huesos con fuertes golpes de cualquier cosa, y ante su corazón por la angustia de sus abuelas, su familia y de los 23.000 muertos de aquel pueblo de 26.000 habitantes.

Mar de lodo y muertos. En el caudal de aquel maremágnum, por supuesto, no estaba solo: 'Había personas que oía, pero no podía ver; los escombros nos golpeaban, el lodo hervía, salían burbujas, me quemaba la piel. Le pedíamos a Dios y orábamos, padrenuestros y avemarías a gritos, no sabía lo que estaba pasando, era como el fin del mundo'.

En momentos en que la velocidad del agua disminuyó, dejando el desastre como un río manso bañado con el rocío de una mañana trágica, Germán se agarró de un árbol que flotaba para no hundirse y, asido allí, llegaron las cinco de la mañana. Había sido arrastrado a 10 kilómetros del área urbana de lo que antes hubo de conocerse como Armero.

'Era un mar de lodo, de muertos, de escombros, hasta donde se veía en el horizonte. Tomé impulso y salí, había otras personas vivas, pero no podían moverse, me asocié con otra persona, era un joven de 16 años, e ideamos un plan para movernos de allí: seguir un sendero de escombros que había hacia una casa que aún estaba en pie en la zona rural'.

Débil, y aunque no tenía fracturas ni cortaduras graves, su piel estaba quemada y raspada por los escombros. 'Yo no tenía piel, la había perdido por la fricción con los escombros', recuerda.

A salvo. Cuando el sol caliente del Tolima alumbraba la dantesca desolación, el 14 de noviembre, los sobrevivientes, untados de lodo, quedaban tiesos como estatuas de barro endurecido: 'Cuando el lodo empezaba a secarse, uno quedaba como una estatua de cemento, y había que buscar agua para intentar no quedar petrificado'.

Lanilla y su compañero, de quien nunca supo el nombre y a quien nunca más volvió a ver, llegaron hasta la construcción, en medio de un camino de cadáveres de seres humanos y animales, entre personas pidiendo auxilio, aprisionados por los escombros, que luego iban muriendo o ahogándose, y a quienes no podían ayudar. 'Encontramos un charco con agua y nos quitamos el lodo, no se había caído aquella casa, y la familia que vivía allí tenía agua, panela y ropa, eran las 10 a.m. y caí dormido'.

Coronel Germán Lanilla, piloto de la FAC.

Al despertar vio que esa casa se había convertido en una especie de albergue, donde llegaban sobrevivientes, incluso, a morir. En la tarde llegó un helicóptero y muchos lo abordaron. Ahí, por última vez, el oficial de la Fuerza Aérea vio a su compañero de travesía a la sobrevivencia.

'No pude subir al helicóptero, estaba muy débil, y pasé esa segunda noche, comí panela y tomé agua', explica.

El helicóptero volvió por Germán y los demás sobrevivientes al mediodía del 15 de noviembre. Una aeronave lo salvó, un pájaro de metal que vino del cielo, los mismos pájaros de metal que él ahora pilotea para salvar a otras personas y para, al mismo tiempo, volver a salvarse a sí mismo de nuevo, y tratar de curarse esa herida incurable.

Una ecografía la salvó. A Ana Cecilia Santos Torres su hijo, que aún no había nacido, le salvó la vida. 'El 13 de noviembre de 1985 salí en la buseta de Velotax, a las 6 de la mañana, rumbo a Bogotá, a tomarme una ecografía porque tenía seis meses de embarazo. Mi hijo me salvó la vida, y nos salvó la vida a los dos el director del Hospital de Armero, Nelson Torres, quien me mandó a tomarme la ecografía, porque de pronto no me hubiera muerto pero mi hijo en el vientre hubiera sufrido mucho', le dijo la hoy vicepresidenta de la Asociación Colonia de Armero, Acar, a EL HERALDO.

Ana Cecilia, en ese entonces con 34 años y abogada, tía de German Lanilla, tenía en la panza a Felipe, su único hijo, quien hoy vive y trabaja en Australia. A Ana se la encontró el doctor Torres un día antes de la tragedia del volcán, y la regañó por no haberse ido a hacer los exámenes a la capital.

'Esa noche hablé con mi mamá, como a las 9, y ella solo me dijo que estaba cayendo ceniza, y que estaba preocupada porque mi papá se había varado, pero gracias a eso, mi papá sobrevivió. Luego, una amiga paisana llamó a la mamá y estaban hablando cuando le dijo: ‘Mija, cuelgo porque se vino el Lagunilla’ –un río cercano–. Yo cogí el teléfono y llamé a mi casa, pero ya sonaba ocupado. A las 12 de la noche empezó RCN Radio a avisar que algo había pasado y que la Cruz Roja no podía llegar a Armero porque dizque había barro y que se veían como juegos pirotécnicos', narra.

Ana Cecilia Santos Torres, abogada.

Poco apoyo gubernamental. Recuerda Ana Cecilia Santos esa última conversación con su madre en medio de un ensayo de la Orquesta Sinfónica ‘Casa de Arte’, que se presenta con un coro de niños en el Teatro Tolima de Ibagué, en honor a los armeritas, y que dirige Sandra Echeverri, otra armerita sobreviviente que con sus uñas ha montado un conservatorio en su casa, para ver si así, con música, duele menos la tragedia avisada hace 30 años por las autoridades nacionales, recomendaciones que los mandatarios locales no acogieron e impulsaron entre los habitantes.

'Armero Guayabal, que es la cabecera donde queda prácticamente Armero, no ha tenido el impulso que debió haberle dado el Gobierno: no hay industria, ni agricultura, ni trabajo, y si no hay trabajo, no hay vida', advirtió la líder, recordando la Ley 1632 de 2013, o Ley de Honores de Armero, con la que supuestamente, a través de inversiones en materia administrativa, económica y social, se quiere 'reivindicar la dignidad de una ciudad que fue sumida en el lodo y el olvido, y favorecer el desarrollo integral y armónico de la economía de Armero Guayabal'.

Esta ley ha permitido la construcción del parque cultural Omaira Sánchez, en honor de la niña tristemente símbolo de la tragedia, o la construcción de 268 viviendas.

Ceremonia

El presidente Juan Manuel Santos encabezará hoy los actos conmemorativos por los 30 años de la tragedia de Armero, en Armero Guayabal donde viven muchos sobrevivientes. Allí hará anuncios importantes para el Tolima. El Ministerio de Cultura editó un libro que recoge la historia del municipios sepultado, desarrolló una producción audiovisual, mantiene una exposición de la pieza del mes en la Biblioteca Nacional y un concierto de la Orquesta Sinfónica.