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Una cámara sigue a Jorge Monroy a todos lados por estos días. Lo graban yendo desde la ferretería en la que trabaja, incrustada casi que inoportuna en el barrio Santa Fe, vecina de moteles de baldosas brillantes y travestis con tetas gigantes, hasta el recién desalojado ‘Bronx’, calificado frecuentemente por funcionarios y periodistas como el 'infierno', y donde él vivió varios de los 35 años que anduvo durmiendo en la calle.

Su historia, absolutamente valerosa, de alguien que salió vivo del fuego eterno del bazuco y se rehabilitó hace ocho años, bien merece ser contada por todos. Hasta por su hijo, a quien abandonó cuando tenía menos de seis años, y quien hoy está detrás de la cámara que lo persigue amorosamente para contar su vida: Andrés, se llama, y es un treintañero director de cine residenciado en Suiza.

De hecho, Jorge y Andrés, padre e hijo, viven por estos días juntos en el apartamento del segundo en la céntrica localidad de Chapinero. Su hija, Andrea, dos años mayor que Andrés, vive en Estados Unidos y le regaló la camioneta con que hace los acarreos a la ferretería. Y su exesposa, Victoria, con quien también tiene una buena relación, vive en un acomodado sector de la capital.

Salió del 'infierno' del ‘Bronx’, dice, 'por Dios'. En medio de esta paradoja de 'demonios' y 'ángeles', de victimarios y víctimas, se debaten la administración distrital y las autoridades policiales y judiciales capitalinas, pues de la población flotante de 3.500 habitantes de esa zona de consumo de droga –hasta 2005 fue el ‘Cartucho’ y estaba situado a pocas cuadras– solo han atendido a menos de 2.000.

El resto ha emprendido una diáspora por el centro capitalino, luego de que 2.500 policías e investigadores del CTI de la Fiscalía los desalojaran, desde el sábado de la semana pasada, de las dos cuadras en forma de ‘L’ donde cerca de 79 niñas eran explotadas sexualmente, existían túneles, casas de tortura y hasta usaban rabiosos perros en fosos a los que arrojaban a drogadictos o sospechosos de ser infiltrados antes de picarlos para desaparecerlos en las alcantarillas. Toda esta barbarie estaba al servicio de una criminal red mafiosa.

A sus 63 años, Monroy, con los tics y los movimientos exacerbados en la cara y el cuerpo que dejan el consumo de drogas fuertes, cuenta que no salió del 'averno' del ‘Bronx’ con represión y batidas, sino por las manos amigas de fundaciones y programas gubernamentales; agrega, hablando con una boca a la que le faltan varias muelas, que lo logró, también, por el 'amor' y por el 'cansancio'.

Mauricio DueÒas CastaÒeda/EFE7a_bronx_1.jpgBOG34. BOGOT¡ (COLOMBIA), 30/05/2016.- Transe˙ntes caminan hoy, domingo 30 de mayo de 2016, por una de las calles del sector del Bronx en Bogot· (Colombia). La PolicÌa realizÛ un operativo para desalojar el "Bronx", una zona rodeada de comercios y que sirve de refugio para indigentes, que es considerada como una de las m·s peligrosas de Bogot·. EFE/MAURICIO DUENAS CASTA—EDA

Cómo empezó

Monroy cuenta que antes de entrar al mundo del ‘paraiso artificial’, asistió al colegio y vivió junto a sus padres en Usaquén.

'Estudié en un colegio normal, vivíamos en Usaquén, pero fui hijo de un anciano y una adolescente, y eso me llevó a vivir una situación de desamor. Cuando murió mi padre eso me produjo un grado de libertad, y no estudié más'.

Asegura que la situación lo llevó a que a los 18 empezara a deambular las calles y a consumir de marihuana.

'Me dediqué a averiguar dónde era que vendían la marihuana y empecé a venir al ‘Cartucho’, que era antes. Éramos un grupo de amigos, hasta que empecé a hacer mis cosas solo.

Al cumplir los 25 años se fue del todo de su casa y empezó a cometer actos delincuenciales. Cuenta que estuvo en una cárcel porque unos compañeros lo acusaron de un robo. 'Fue un 24 de diciembre. Nos dan una muenda, me condenaron a dos años. Terminé la pena en La Dorada, Caldas', dijo.

En el centro penitenciario se alejó 'del consumo de marihuana'. Tras cumplir su condena comenzó a trabajar en Unicentro y en construcción. Meses después se casó y tuvo sus dos hijos.

'Después de eso cogió ventaja la droga porque me metí con el bazuco y fue definitivo para pasar el proceso de la indigencia. Como a finales de los ochentas empecé a estar mal, a estar en la calle. Estuve en Pasto, en la calle, en la cárcel, para afuera, para adentro, porque allá era más barata la droga', recuerda.

Narra que al consumir bazuco se sumergía en una situación de 'gran ansiedad'. Manifiesta que la reacción es 'muy fuerte y eso da que la persona no pueda dejarlo', cuenta mientras muestra los tics que le dejó el consumo de estos alucinógenos. Se rasca la cabeza una y otra vez, se pasa la mano desde las cejas hasta la barbilla, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, repitiendo el movimiento.

'Usted queda con sus tics, no es una persona muy normal de que se va a estar quieto', comenta.

Su vida en el ‘Cartucho’ y en el Bronx

'A uno se le vuelve eso su hábitat: salgo a la calle, voy a ver qué consigo y me devuelvo a comprar', expresa.

Monroy recuerda que su día iniciaba a las 6 de la mañana, cuando lo se despertaba o lo despertaban.

'Eso lo empezaban también a patear ahí, que ‘bueno, bueno’ o ‘ya, ya’; o si tuvo para el hotel empezaban a lavar, a montarla. A las 6 salía uno a pedir, porque si está uno muy mal es muy complicado robar y uno se iba es a pedir', cuenta.

Conseguir el dinero para comprar la droga era tarea difícil, sin embargo, la técnica del ladrillo de icopor le ayudó a conseguirlo en varias ocasiones.

'Iba a una panadería y me decían que no entrara y me daban algo para que no entrara. Pero tuve muchas modalidades. En la 19 me ponía un ladrillo en la cabeza, hasta que un policía me estrelló con el ladrillo, entonces me armé uno de icopor y un amigo pintor me lo pintó como un ladrillo: salía con una cobija, porque antes hacía más frío, me pegaba con cinta el ladrillo y le iba a pedir a los carros. Me les paraba de sorpresa frente al vidrio de adelante y les decía que le limpiaba el vidrio, con una vaina mojada llena de arena, o el ladrillo se caía y le rompía el vidrio o me daban algo. Entonces yo de 6 a 8 de la mañana conseguía para fumar todo el día.

Reconoce que al día se fumaba entre 20 y 30 cigarrillos de bazuco, 'en esos momentos valía 200 pesos, ahora vale 2.000 pesos'. Cuenta que la cantidad de droga que consumía le hacía perder el hambre.

'Es muy difícil que si usted está consumiendo no come, hasta que llega un tiempo cuando es capaz de comer y consumir. Pero hay veces que no le pasa nada. A veces si daba hambre, pero no había comida y tocaba recoger del piso, o buscar en la basura, porque el hambre es tremenda. Frutas o vainas en las plazas' asegura.

¿Quién manda en el ‘Bronx’?

Monroy asegura que 'la estructura cambió en los últimos años. Esas cosas son muy complicadas porque uno no sabe. Yo llevo muchos años desligado. Lo que dicen es que son las organizaciones internas'. Cuenta que en el lugar mandan son los mismos que venden y que 'son personas que no consumen y que están pensando en el negocio'.

Una vez resultó herido porque tuvo un problema con uno de los capos del sector.

'Tuve un problema o me confundieron, como una reclamación que hice mal hecha a uno de los que vendían, porque ya había pagado en la taquilla y no me dieron, y por eso me lo mandaron, pero yo tenía como siete sacos y cuando me dio con la navaja por el estómago no me cortó mucho. Me fui al hospital, se me estaba enfriando el estómago, y me pusieron un catéter' manifiesta.

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La rehabilitación

El hombre cuenta que fueron muchas las veces que intentó abandonar este mundo. En su primer intento estuvo un año recluido en Nariño, pero al salir recayó el mismo día. En Cali, permaneció dos años y recayó un año después; en el ‘Cartucho’, estuvo cinco años, y otra vez volvió. Hasta que el cansancio y una petición de su hija lo sacaron del 'infierno'.

'Me cansé y mi hija antes de irse para Estados Unidos me metió a una fundación, y ahí estuve siete años, era de aprendizaje. Como tengo el conocimiento de cómo se sale también tuve una fundación en el 2001 y tuve 50 personas, pero me la robaron, hasta que la familia de la ferretería me la está ayudando a rescatar, pero estamos en el plan de la legalización de los documentos', señala.

Cuando finalmente logró rehabilitarse, inició a hacer cursos, y estudió teología. Desde ese momento Dios se convirtió en 'lo primero' en su vida.

Su actual trabajo

En la ferretería en la que trabaja se encarga de hacer los acarreos.

'Mi vida es normal, no me da ni gripa. Soy ciudadano, tengo mis cuentas, tengo mis cosas, soy subsidiado del adulto mayor', expresa.

Monroy insistió en que 'solo el poder de Dios lo puede sacar a uno del mundo de las drogas, y los que no se han metido que no se metan porque salir no es fácil, no es que conocer, no: se quedan ahí. Los estudios dicen que de cada 100 personas que comienzan en las drogas, 30 se quedan, 10 llegan a la indigencia y 5 mueren en la calle. Mi consejo es no se meta y el que quiera salir que busque de Dios y se acoja a los programas del Gobierno'.

El ‘Bronx’

Bogotá afronta un nuevo reto desde el sábado pasado cuando centenares de indigentes fueron expulsados del territorio sin ley de ‘El Bronx’ y ahora deambulan por las calles mientras sufren el síndrome de abstinencia. Hace siete días, unos 2.500 soldados y policías retomaron el control de las dos calles en forma de ‘L’ que constituían el ‘Bronx’, en pleno centro de la ciudad, a pocas cuadras de la Presidencia de la República y de la sede de la Policía Metropolitana. En apenas 500 metros cuadrados se impuso durante 16 años el horror entre los indigentes, sometidos a una ley paralela en la que abundaban secuestros, descuartizamientos y toda clase de violencia. La prostitución, incluida la infantil, era otra actividad común en ese ghetto, en el que las mujeres, superadas en número por los hombres, ofrecían sexo a cambio de algo de droga o un poco de dinero. Ahora que no existe este lugar, muchas de las personas que vivían allí deambulan por las calles de la ciudad y otras buscan ayuda en centros de atención.