Pasadas las tres de la mañana de este domingo doña Bárbara Eugenia Quintero salió de la casa de su hija Katherine Gámez, ubicada en Fontibón (suroccidente de Bogotá), rumbo a la Nunciatura Apostólica, en el sector de Teusaquillo, centro de la ciudad.
Había que madrugar para coger los mejores lugares cerca de la sede diplomática, lugar donde el Papa Francisco pernoctó por cuatro noches durante su visita al país, periplo que llega a su fin en la tarde de este domingo cuando de Cartagena salga hacia Roma.
'El deseo de por lo menos tocar la vestimenta del Santo Padre era un sueño desde hace una año', dice doña Eugenia.
La oportunidad de acercarse al Papa Francisco era única. En la noche del sábado doña Eugenia se enteró de que como un gesto de gratitud del Papa para con sus fieles y con el país, el domingo en la mañana saldría hacia el aeropuerto El Dorado en el papamóvil y no en un carro cubierto como se tenía presupuestado inicialmente.
Esa noticia se convirtió en una señal divina para doña Eugenia, quien cuatro días atrás había salido a la calle 26 para observar el tránsito del sucesor de Pedro, pero la velocidad a la que pasó no le permitió disfrutar de su pastor como quería.
La dura madrugada, el frío que calaba en los huesos o el estar únicamente cubierta por una piyama blanca con figuras de color rosa y un gorro de lana blanca, no fueron impedimento para que esta diminuta mujer campesina chitaraqueña decidiera insistir en su propósito.
La impulsaba su salud y la de dos de sus hermanas, una de las cuales está a punto de perder la vista y la otra a quien afecta un fuerte dolor de cabeza. El milagro estaba a una hora de su casa y como ella misma lo dice, la fe mueve montañas.
En compañía de una imagen de la Virgen María, otra del señor de Buga, un rosario y una botella de agua cristal, elementos que esperaba fueran bendecidos por Francisco, llegó sobre las 4 de la mañana a la sede diplomática, donde esperó por tres horas y media a que las grandes puertas metálicas de color verde se abrieran y pudiera ver la imponente imagen del hombre que vestido de blanco de voz pausada y suave, aunque contundente, ha paralizado a todo un país, y ha motivado a que millones de personas, como ella, acudan a su visita.
'Con un sobrino quedamos anoche que él me llevaba cuando fuera para el trabajo y por el afán no me alcance a cambiar. Eso…, yo me puse unos tenis y corrí porque tenía que ver a su Santidad', dice doña Eugenia quien espera que su fe la sane. 'Yo me pasé por una cinta amarillita que había ahí, y me subí, aunque un señor grande vestido de negro se delicó un poquito porque me subí al papamóvil', dice Eugenia, y añade: 'Eso… yo salí corriendo por en medio de los policías y todo la gente'.
Aunque doña Eugenia vive en Chitaraque (Boyacá), desde enero pasado reside en el suroccidente de la Capital, junto a su hija, para poder asistir a las sesiones de quimioterapia que debe realizarse en el hospital San José, luego de que allí le fuera extirpado un tumor cancerígeno de uno de sus ovarios, hacer tres meses.
Hoy ella cuenta con 58 años de edad, y cree que el milagro de ver a Francisco y de tocar su 'ropita' le permitirá concretar la petición que tienen para recuperarse. Ella ha sido la única persona que ha logrado burlar la recia seguridad de la Gendarmería y subir al vehículo blanco especialmente diseñado para que el Papa Francisco pueda tener contacto con los feligreses.
Aunque no escuchó lo que el Papa le dijo por el bullicio de la gente que como ella quería acercarse. 'Yo me consolé con tocarle su vestidito', dice.
Hoy en su habitación doña Eugenia se postra frente a las imágenes que fueron tocadas por el Papa y pide por su salud y la de su familia, quienes buscan en su fe la posibilidad de un milagro, aunque la posibilidad de haberse acercado al Papa la atribuyen a la suerte; la misma que tiene alguno de los fieles que como doña Eugenia acudieron a la despedida del Papa, y quien pudo haberse encontrado la botella de agua bendita que en la montonera perdió doña Eugenia.