La Ilustración acabó con los milagros que llenaban páginas enteras de las Escrituras y tanto ayudaron a soportar el peso de la fe. No en vano la Ilustración presume haber sido la ruptura de la tradición, especialmente de la tradición religiosa.
Pero la visita de Francisco a Colombia produjo varios milagros. Al menos propició una serie de acontecimientos que superaron las expectativas de quienes se entusiasmaron y las de quienes se preocuparon con los ángeles y demonios que se desataron con su presencia.
No es sino escuchar a la mayoría de las jerarquías eclesiásticas de aquí intentando parodias mediocres de las narrativas que acababan de escuchar. Un empobrecimiento no muy inocente. O registrar la perplejidad de quienes padecieron los discursos del pontífice deseando que el Papa regresara pronto a Roma.
Las muchedumbres asumían el impacto de un discurso que Francisco construye con propósitos cuidadosamente dispuestos, aderezados con seductores efectos de lenguaje y gestualización. El Papa parecía a ratos taumaturgo en la manera casi íntima y touch de su aproximación a los fieles.
No era el sex appeal ni el carisma de aquel Papa esquiador que parecía haber tumbado el muro de Brandemburgo con sus propias manos. Era el efectismo de decir aquellas cosas que la gente esperó escuchar durante décadas de sus élites seculares y de esa Iglesia ausente de la vida trágica de los más vulnerables.
Hay necesidad de explicar más a fondo ese fervor religioso espontaneo que parecía crecer al ritmo del discurso. Es un hecho, aquí, allá y más allá, que la religión no se asfixió con las torsiones a que fue sometida por la modernidad. No al menos como lo esperaba el mundo secular de las democracias liberales. De hecho, toda la filosofía contemporánea está atravesada, yo diría que embelesada, por la notable relevancia de lo religioso. El nuevo lugar de la religión es algo que habría podido percibirse entonces como un no-lugar: el centro de la esfera pública.
Para el pensamiento liberal la religión era un estado temprano, es decir arcaico, es decir premoderno de la evolución social y política. Aún hay pensadores de la talla de Habermas o Taylor que temen que la supervivencia de la religión pueda derivar en un regreso a los tiempos que la tradición de las democracias liberales de Occidente supuso superados para siempre.
Lo que hoy domina la escena de las ciencias sociales, de la filosofía y de la teología misma es una drástica, una impensable redefinición de lo secular. Y la tendencia es a no prescindir, tan alegremente, del pensamiento religioso a quien Habermas, desandando su propios caminos, sugiere darle tratamiento de 'alianzas indispensables'.
Cuando Carl Schmitt resucitaba, preso ya de intuiciones autoritarias, la ‘teología política’ (suponiendo que lo secular no era más que un languidecimiento provisorio de sus raíces teocráticas), nadie imaginó que alcanzaría los desconcertantes rumbos de hoy. A partir de Walter Benjamin, y aún antes, fue posible imaginar que todos los fracasos políticos del materialismo histórico podrían mitigarse con elementos mesiánicos de la tradición judía. Lo mesiánico como un elemento redentor capaz de fracturar las líneas históricas de la exclusión. Y del poder. Todo un formidable cambio de trapecio. Y sin redes que amortiguaran el vértigo.
En un texto borroso y demasiado breve, Benjamin imaginó esas relaciones problemáticas entre una cosa y la otra, mediante una alegoría en que un jugador de ajedrez (el materialismo) resultaba manipulado por un enano encorvado (¿Pablo?) escondido debajo de la mesa en función de consueta, y quien encarnaría la entonces desprestigiada teología.
Este texto no pretende tener las claves de estos malabarismos enigmáticos. Tampoco pretende vaticinar la suerte de esos intentos. Pero puede que estas reflexiones sirvan para buscar las pistas tal vez encubiertas de esa visita decisiva, fundante y trascendental de Francisco a Colombia. Claro que vino a darle una manito al proceso de paz. De hecho, el Vaticano intervino directamente en gestiones de buena voluntad para el buen suceso del acuerdo de paz.