El 6 de julio de 1986, siete meses después de la tragedia de Armero, Juan Pablo II pisó suelo tolimense, haciendo una primera escala en Armero.
El sumo pontífice, se arrodilló frente a la cruz que se levantó donde antes era el templo de Armero y oró por las víctimas y sus familiares.
Este miércoles se cumplen 34 años del desastre natural que cobró la vida de más de 25.000 personas.
Este fue el discurso del santo padre sobre Armero:
Señor Presidente de la República, queridos hermanos en el Episcopado, autoridades departamentales, Junta directiva del Resurgir, amadísimos hermanos y hermanas:
La catástrofe que el volcán Nevado del Ruiz provocó, sobre todo en Armero y Chinchiná, conmovió profundamente mi corazón. A medida que me iban llegando las noticias de la tragedia, tantos muertos, tantas familias destrozadas, tantos hombres y mujeres desamparados, tantos niños huérfanos, junto con mi ferviente plegaria al Señor nacía en mi espíritu el deseo de visitar los lugares en los que se hallan sepultadas miles de víctimas.
Por la misericordia de Dios, aquel deseo se ha cumplido y me encuentro hoy aquí entre vosotros como Padre y Pastor que peregrina al mundo del sufrimiento. Aquí estoy junto con la Iglesia en Colombia y unido a toda la nación solidaria.
Tras haber orado por las víctimas de la tragedia de Armero, he venido hasta Lérida para recordar y meditar con vosotros, damnificados y familiares de los que perdieron la vida, sobre el sentido cristiano y salvífico del dolor, que acompaña siempre al hombre, como la cruz acompañó Cristo y fue el fundamento de su glorificación.
He venido para sembrar en vuestros corazones de creyentes palabras de esperanza: Sí, soy portador del Evangelio, que desde la fe proyecta su luz sobre el misterio del sufrimiento y abre perspectivas inconmensurables de consciente resignación, de ánimo, de paz. Quisiera llegar con mi condolencia y afecto a cada uno de vuestros hogares para compartir vuestras penas y deciros: volved vuestro rostro doliente al Señor, a Jesús crucificado y resucitado, que es fuente de consuelo y de esperanza pascual.
Una esperanza que se inspire en el Evangelio y que os mueva a mirar confiadamente hacia el futuro. La nueva ciudad que aquí en Lérida se levanta debe ser como un canto a la laboriosidad y a la fe en Dios.
Muchas personas de buena voluntad en Colombia y en el mundo os han acompañado, con un corazón solidario, en las horas del dolor y de la prueba. Os ha acompañado la Iglesia y la presencia del Papa aquí, en medio de vosotros, quiere ser un signo de solicitud pastoral de cercanía, de amor.
Con vuestros esfuerzos y los de todos los colombianos, la ciudad que aquí surja debe representar un reto y una invitación a poner ya desde el principio los cimientos de una sociedad que crezca y se desarrolle según las exigencias de la civilización del amor, a la que me he referido durante esta visita pastoral a Colombia. Así como se están echando las bases para una nueva estructura urbanística, social, laboral etc., de la misma manera deberá cuidarse todo lo que mira al desarrollo integral de las personas, y particularmente a la necesidad de una proyección cristiana que anime todas las actividades que se emprenden. Participad activamente en esta empresa de tanta importancia con gran confianza en la Providencia divina, en vosotros mismos y en la sociedad.
En la visita que acabo de efectuar a Armero he querido orar por los difuntos para que Dios les conceda el descanso eterno.
También deseo orar por vosotros, damnificados y familiares de las víctimas, para que Dios os dé fe, comprensión y amor abriendo vuestras vidas a la perspectiva de un futuro mejor.
Bendigo a todas las familias que sufren por la desaparición de seres queridos. Bendigo a todos los amados hijos de esta región y del departamento del Tolima.
Que mi bendición que os doy en el nombre de Dios Omnipotente Señor de la vida y de la historia os infunda nuevas energías para seguir en vuestro caminar con decisión, con entereza, con esperanza cristiana.