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'Ay, yo vengo de ahí, de los Montes de María. Ay, yo vengo de Chumbun, yo vengo de La Boquilla', repite un coro de niñas afrocolombianas, que pertenecen a la Escuela de Tambores de Cabildo de La Boquilla (Cartagena), al tiempo que mueven sus caderas de un lado a otro y con las manos van llevando el ritmo de la tambora.

Una voz más madura les contesta: 'Es una tierra linda. San Basilio en Palenque, San Basilio en Palenque, San Basilio en Palenque. San Basilio en Palenqueeee'.

Los pueblos afrocolombianos, negros, raizales y palenqueros en el Caribe han encontrado en la música una forma de resistencia y sanación ante los atropellos de los que han sido víctimas durante el conflicto armado, pero también desde épocas más remotas relacionadas con la conquista y el colonialismo.

Según Arturo Zea, coordinador de la macro Caribe de la Comisión de la Verdad, de las más de 125 mil solicitudes que ha registrado la Unidad de Restitución de Tierras 2.894 han sido presentadas por mujeres y hombres de las comunidades afrocolombianas. Siendo Bolívar el departamento con más denuncias de despojos, con 277 solicitudes de restitución; Cesar, con 70; La Guajira, con 33; y Atlántico, con 94.

'¿Dónde estará la tierra?', se pregunta Cecilia, la cantante de Tambores de Cabildo de La Boquilla, durante el acto cultural del encuentro ‘Despojo de tierras y aguas en el Caribe colombiano: impacto en los cuerpos y resistencias en la población negra, afrocolombiana, raizal y palenquera’, que organizó la Comisión de la Verdad.

Con su mano derecha recoge parte de su vestido, se encorva un poco para prepararse a bailar el ritmo que su canto le va marcando y con la mano izquierda sostiene el micrófono en el que amplifica la resistencia de su pueblo.

'Al ritmo del bullerengue senta’o se cantan los lamentos y al ritmo del sexteto se baila arrecosta’o', canta con una sonrisa grande que le cierra los ojos.

'La música ha sido una punta de lanza, la conductora de que hayamos podido disminuir esas afectaciones que hemos tenido. El sonido de la tambora ha sido sanador. (…) La canoa, la atarraya, la música, el folklor, las artesanías y las prácticas ancestrales nos liberan y nos ayudan a sanar las heridas', manifesta Ana Rocío Jiménez Solano, etnoeducadora negra.