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En Colombia, las FARC desaparecieron a un sargento del Ejército; una mamá no volvió a ver más nunca a su hijo que prestaba el servicio militar y un reportero gráfico tomando fotos en una audiencia escuchó, tras largos años de espera y sin advertir lo que sucedería ese día, a un paramilitar hablando de cómo habían asesinado a su hermano.

La verdad en este país se conoce por sorpresa, el reconocimiento de víctima y reparación es una promesa para unos pocos y la justicia ‘navega’ lenta en procesos de más de 27 años sin avances.

Saturnino Vásquez no quisiera acordarse de aquel día en el que en una de las audiencias de Justicia y Paz en Barranquilla escuchó a Juan Manuel Borré Barreto, exparamilitar, contar cómo habían torturado a su hermano Atilio Vásquez, quien era rector del colegio Diógenes Arrieta de San Juan de Nepomuceno, en Bolívar.

El 27 de julio del año 97, un domingo, Atilio salió de su casa y se fue a la cancha del municipio San Juan de Nepomuceno a jugar un partido de Softball. Se regresó en una moto, conducida por un joven cercano a él. Al pasar por una estación de Policía, una camioneta vinotinto se detuvo.

'Allá todos sabían que esa camioneta era la de los paramilitares. El muchacho que iba en la moto explicó que lo golpearon y se lo llevaron'. Ese fue el último día que vieron a Atilio Vásquez Suárez.

Rosario Arroyo Gómez se enteró el 15 de agosto de 1993, cuando fue a recoger a su hijo, que se supone terminaba ese día la prestación del servicio militar en el Batallón Vergara y Velasco en el municipio de Malambo, Atlántico, que Hernando Díaz Arroyo había desertado. Al menos, eso fue lo que le dijeron hace 27 años y, desde entonces, no ha vuelto a verlo.

Seis meses atrás había ido a visitarlo y entonces fue cuando le notificaron que lo habían trasladado a un batallón en Riohacha. Allá llegó.

'Me recibió el capitán Abundano, me dijo que lo habían trasladado a una base en Guayabal; pero que él estaba bien y que ya estaban pronto a salir. Me dijo que esa base estaba muy lejos y que no había vehículo para entrar, que estuviese tranquila. Me mostró otro soldadito, que iba para allá, y dijo que con él podía enviarle algo. Entonces le redacté una cartica y le envíe unas cosas de aseo personal y $5.000, que era bastante en esa época'.