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La lluvia de balas y los ensordecedores estallidos anunciaban la detención del tiempo en la memoria de los bojayaseños de aquel 2 de mayo de 2002, el día en que Yurley Martínez Rentería se salvó por voluntad divina de ser otro número en la lista de víctimas mortales de aquella masacre desatada cuando un cilindro explotó en la iglesia en la que más de 400 personas se refugiaban de los combates que sostenían guerrilleros de las Farc y un comando paramilitar.

Yurley comenta que su niñez transcurrió entre los amigos y la Escuela Urbana Mixta de Bellavista, donde, sin saberlo, estaban formando el carácter de una persona fraterna. 'Toda mi niñez la viví allí, era un pueblo muy tranquilo y siempre vivimos sin la presencia de los grupos armados ilegales', dice perdiéndose en los recuerdos de aquellos juegos inocentes rodeados de naturaleza, la misma naturaleza que le enseñaron a respetar Marcelino Martínez y Raquel Rentería, sus padres, que siempre le mostraron el valor de la bondad y del servicio al prójimo y por eso desde que entraba a las aulas del colegio se destacó por ser solidaria, es más, 'yo creo que nací con ese don de la solidaridad', dice.