En la madrugada del pasado 13 de septiembre, a la altura del kilómetro 80 de la vía Santa Marta-Ciénaga, el empresario Enrique Vives conducía su vehículo en aparentes estado de embriaguez y alta velocidad y mató a seis jóvenes: Camila Romero, María Camila Ramírez, Juan Diego Alzate, Elenoir Ramírez, Rafaela Petit y Laura de Lima.
La Dirección de la Policía de Tránsito le dijo a EL HERALDO que en 2021, por consumo de licor, se han registrado 386 siniestros viales que han dejado 121 muertos y 544 lesionados, que son cifras que rebasan a las de todo 2020 y se asemejan a las que hubo en 2019.
Sin frenos
Juan Pablo Bocarejo, consultor internacional en temas de movilidad, advierte en EL HERALDO que la energía que genera un vehículo en movimiento es muy grande y se incrementa con la velocidad al cuadrado: 'Un conductor ebrio no es capaz de reaccionar acertadamente a un evento fortuito, multiplicando el riesgo de siniestro. Además, aumenta su probabilidad de equivocarse en la conducción y de percibir todos los elementos del entorno. En síntesis dependiendo del grado de alcoholemia, un conductor ebrio se convierte en una ruleta rusa'.
El ex secretario de Movilidad de Bogotá añade que un agravante en estos casos es la velocidad: 'Atropellar a un peatón a 60 km/h implica una probabilidad del 90 % de que fallezca. Un choque a esa velocidad genera una energía en el cuerpo humano equivalente a una caída de un edificio de seis pisos'.
'Falsas creencias'
¿Por qué los colombianos insisten en manejar después de haber tomado? Según explica la psicóloga Eydú Rodríguez en este diario 'es debido a una creencia falsa sociocultural, que tenemos especialmente en Latinoamérica y sobre todo los colombianos, acerca de los efectos asociados al alcohol. Se cree que el alcohol es un estimulante del sistema nervioso central y por ende agudiza los sentidos, aumenta la capacidad, desinhibe a las personas; entonces, eso hace que las personas crean que pueden ser más ágiles, más hábiles y pierden la conciencia de los sentidos creyendo erróneamente que están bajo control, cuando en realidad el alcohol es un depresor del sistema nervioso central y hace lo contrario, y sin medir los riesgos'.