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La frase es un sentimiento que hierve a fuego lento en el corazón de centenares de los suyos. La suelta Dairon De Alba, a las 5:43 de la tarde, al final de una faena pobre, sentado en su canoa, con un halo de devastación visceral que se le cuela por los ojos, sin que se dé cuenta: 'Los pescadores andamos aburridos. Un día de estos se va a formar lo que es'.

Bahía de Cartagena, viernes, 10:45 de la mañana. Un pescador de cordel, solitario, sobre una piragua de vela raída y vetusta, que preñan los vientos de principios de julio, grita desde la distancia, lacónico: 'Esto está malo'. Apenas lleva unos pescados en el fondo de su barca y está desde las 6:00 a.m. bregando con el mar. El pescador Fernando Márquez, de Pasacaballos, poblado de afrodescendientes, a orillas del Canal del Dique, y a unos 20 minutos en carro desde Cartagena, lo dice a su manera: 'La vaina está bien delgadita'.

El pasado miércoles unas treinta canoas y lanchas provenientes de las islas de la bahía de Cartagena, la mayoría con pescadores y vendedoras de pescados, de Bocachica, Tierrabomba y Pasacaballos, hicieron una marcha acuática por este cuerpo de agua para 'reclamar acciones' que 'frenen la contaminación' que los tiene al borde de una tragedia sin precedentes.

Quince minutos antes de las 11:00 a.m. de ese día estuvieron a punto de cerrar el área del canal navegable, recientemente ampliado para permitir el acceso de los nuevos megabuques llamados Neopanamax, cargueros de nueva generación que empezaron a cruzar las esclusas del modernizado Canal de Panamá.

Justamente el día de la protesta iba a pasar, unas horas más tarde, el primer gigante de carga de los mares que llegaba a Cartagena y que se dirigiría al muelle de la Sociedad Portuaria, que, por cierto, preparó una recepción especial para celebrar el acontecimiento de los tiempos del comercio global.

La Bahía no aguanta más

'Esta es la revolución de los pescadores', gritó durante la protesta de las canoas, a pulmón herido y con la intención de que lo oyeran al otro lado del mundo, un negro cuajado de la isla de Bocachica, bañado de sol. Él agregó a pleno pulmón que ya no aguantan más, que no tienen peces, ni salud, ni tranquilidad.

No era para menos. Ellos, sus padres, sus abuelos y tatarabuelos fueron los amos y señores de esta bahía, después de que Cartagena obtuviera su libertad absoluta del yugo español, hace 200 años.

Hoy se sienten relegados y agredidos. Unos parias o invasores de su propio universo, cuyas aguas envenaron paulatina y vertiginosamente en el último cuarto de siglo otros señores dueños de fábricas y buques.

El director de la máxima autoridad ambiental de la región, la Corporación Autónoma Regional del Canal del Dique, Cardique, Olaff Puello, lo reconoce sin tapujos: 'Estamos ante una situación crítica. La bahía no aguanta más'.

Según el funcionario, el nivel de contaminación de la bahía de Cartagena es alto. Estudios revelan que hay presencia de doce a quince elementos bióticos o metales como aluminio, mercurio y cromo, entre otros. Muchos han estado por más de treinta años asentados en el lecho marino.

El reciente dragado, autorizado por el Gobierno Nacional y la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales, Anla, para ampliar el calado del canal navegable revolvió estos metales que provocaron un incremento de la contaminación existente en la que en 2009, en ceremonia solemne celebrada en la ciudad de Setúbal, Portugal, fue aceptada en el Club de las Bahías más Bellas del Mundo.

Hablan de muertes

Fue la Contraloría General de la República la que el mes pasado alertó a las autoridades locales del peligro que representaba la contaminación en este cuerpo de agua para la vida humana y el ecosistema circundante. El organismo de control conminó a tomar medidas ante la presencia de mercurio y otros metales en las aguas de la bahía y el efecto que podrían producir a los pobladores isleños, especialmente los de Bocachica y Caño del Oro.

El abogado y representante de los consejos comunitarios afros de las islas de Cartagena, Wilmer Herrera, dice que los pescadores requieren saber, de una vez por todas, el grado de toxicología que poseen los peces de la bahía, por causa del grado de contaminación reinante.

Sobre la encrucijada en que se encuentran estos pueblos, que se ven abocados a seguir pescando para sobrevivir, dice: 'No sabemos qué hacer'.

Asegura que en los últimos cinco años en la isla de Caño del Oro, por ejemplo, 'han muerto entre veinte y veinticinco nativos con cáncer' y se cree que es por causa del consumo de pescados de la bahía, contaminados con metales.

Un daño día a día

Vicenta Montiel, quien afirma que 'eché mis primeros dientes vendiendo pescados', cuenta que viven días difíciles, que en las últimas semanas las ventas se han reducido dramáticamente y que, incluso, ha tenido que aceptar que clientes le regresen los pescados que comercia porque le aseguran que tienen 'un repugnante sabor a gas, a petróleo'.

Ella, que hace parte de la una asociación de sesenta vendedoras de pescados de Pasacaballos, el pasado miércoles se montó en una canoa y se fue a protestar a la bahía, con los pescadores de la zona, porque, además, la contaminación está acabando con la pesca artesanal.

Dice que los vertimientos de la industria y de los barcos cargueros 'acaban día a día' con esta fuente de sustento de cientos de familias humildes, que ancestralmente aprendieron a pescar para sobrevivir.

El drama de los Ventura

En las orillas del Canal del Dique, en Pasacaballos, en el sector de Pescador sur, luego de que llegan las lanchas y canoas de pescar en la bahía, a las 6:10 p.m., Gina Ahumedo, pasacaballera de pura cepa, compra dos pescados, que llaman comúnmente, sable, en cinco mil pesos.

'Mis dos hijos y yo, todos los días, comemos pescado, ha sido así toda la vida, no me importa lo de la contaminación. Es lo que hemos comido siempre. No hay para más', cuenta. Y agrega que no le ha pasado nada, que sus hijos 'están bien'.

Pero arriba, en la cima de una loma de la isla de Tierrabomba, hay un drama. Esta familia acusa al mercurio del mal de su hijo que ahora tiene más de treinta años. 'Vayan a donde los Ventura, para que vean lo que hizo la contaminación', nos comunica la líder del Consejo Comunitario de este corregimiento isleño, Mirla Aaron, conocida como la defensora de los negros de Tierrabomba.

A las 11:03 a.m. del viernes pasado, con un sol de metal, un expescador, de nombre Ventura Jiménez busca a su hijo en una habitación oscura de su humilde vivienda, de puerta de tela y lo hace sentar en una silla del patio lleno de perritos pipones sin pedigree.

Se llama Armando Jiménez Cervantes. No habla. Entiende, eso sí. Se arrastra, porque no puede caminar. Su madre Rosalina, que estaba cocinando, dice que 'desde un principio nos dijeron que nació así por el mercurio que tenía en su sangre'.

Su padre asegura que 'gasté mucha plata para ver si se nos iba a poner bueno, pero un día una médica gringa, de un barco hospital de EEUU, que llegó a la bahía de Cartagena, y al que lo llevé hace años para que lo examinaran, me dijo: No gaste más plata que su hijo no se va a curar'.

Afectados por décadas

El inspector de la isla de Tierrabomba y Punta Arena, Gelvis Godoy, clama por los pescadores de la bahía. Asegura que ya quedan pocos de ellos de botes de madera y remo. Que ahora tienen que irse a 20 o 40 millas mar adentro, en lanchitas de fibra con un solo motor, para exponer sus vidas y poder traer a sus cocinas unos que otros pescados, lejos de las costas y a merced de cualquier eventualidad fatal.

'Vemos con tristeza cómo cada día las empresas de la zona industrial depositan al mar sus contaminantes y cómo las corrientes las hacen llegar hasta nuestras poblaciones, que se han visto afectadas por décadas', afirma la autoridad.

Durante la protesta, Pedro Guerrero, del Consejo Comunitario de la isla de Bocachica, lo resumió todo, desde una lancha, con un megáfono, y herido por el sol de la mañana: 'Estamos cansados de esta situación'.