Anoche los habitantes de Tierralta se hablaron con la mirada para recordar la masacre de hacía 26 años, cuando el jueves 25 de octubre de 1990, un grupo de 5 paramilitares acribillaron en el barrio Escolar a 10 de sus vecinos, entre ellos cuatro niños y dos más en el barrio San José.
La escena que permanece intacta en la memoria de los pobladores de este municipio del alto Sinú cordobés, hace parte de la historia a la que Tierralta quiere echarle tierra y olvidar, una vez se cumpla la refrendación de los acuerdos de paz con las Farc. Este municipio hace parte de las poblaciones que están en la lupa nacional en medio del proceso, por ser su vereda Gallo una de las zonas de campamento para la desmovilización de los guerrilleros.
Alejandro Jiménez Olea, licenciado y escritor nativo de Tierralta, narra que la llegada de los ‘paras’ a matar a varios de los habitantes del Escolar, derivó de una advertencia que hizo ese grupo armado ilegal a través de un panfleto en el que señaló que se degollaría y se castraría a quienes pertenecieran a la guerrilla. Sin embargo, la sevicia no les dio para hacer lo segundo.
'La gente pensó que no se iban a ejecutar esos actos tal cual decía el pasquín y nos tocó vivir esa desgracia en el barrio Escolar y en el barrio San José, donde esa misma noche mataron a otras dos personas', indicó el licenciado.
La noche de ese 25 de octubre predominó un ambiente macondiano – según lo narra el profesor Jiménez- porque en vez de la luna clara predominó la penumbra y la amenaza de lluvia se retiró de un momento a otro, como para darle paso a los matones.
'Esa madrugada aparecieron 5 hombres en un carro, casa por casa, porque según ellos había un nido de guerrilla y mataron gente inocente. Lo peor, a esos niños, crímenes sobre los cuales nadie ha dado explicación a pesar que las Autodefensas se adjudicaron la masacre. Ahora, 26 años después, no se justifica que eso haya ocurrido', narró Jiménez.
El profesor Jiménez era el presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio Escolar y por ende le tocó recoger 9 de los cadáveres porque a uno de los niños lograron comprobarle que aún tenía signos vitales e intentaron salvarle la vida con un traslado al hospital de Montería, pero falleció en el camino.
'Me tocó lavar la sangre y llevar los cuerpos al hospital, nadie quería ayudarme por el miedo, la única que se atrevió fue Rafaela Flórez. Los médicos me dijeron no había que hacer necropsias porque ya se sabía de qué habían muerto, que más bien buscara como enterrarlos. Busqué ayuda en la personería y en la secretaría de Gobierno y conseguí que me donaran todos los ataúdes', recalcó.
El sepelio colectivo hizo volcar al pueblo para enterrar a los 12 ciudadanos asesinados, tal como lo relata el profesor Jiménez en su obra literaria El Jinete del Escolar, en la que detalla cómo ocurrió esa masacre.
Después de la matanza del Escolar y de San José la gente poco salía de sus casas y quienes contemplaban los atardeceres sentados en las terrazas prefirieron seguir encerrados, porque el temor invadió a los habitantes del municipio.
'La gente sabía que las cosas no estaban bien, se acercó diciembre y ni siquiera esas actividades lograron reanimar a la gente, eso marcó la historia de Tierralta', sostiene el docente.
En el sitio donde fueron llevados los ciudadanos para ser asesinados fue construida hace diez años la Iglesia Interamericana de Cristianos. Allí la noche del martes fue celebrado un acto religioso en memoria de los muertos de esa noche.
UN SOBREVIVIENTE
En ese mismo sector aún reside Roberto Carlos Ayazo, primo y sobrino de varias de las víctimas, quien agrega como dato que la masacre fue exactamente a las 2:30 a. m.
Agustín, un vecino suyo, fue la primera víctima, después procedieron contra dos de los menores, con una madre comunitaria de nombre Elizabeth Flórez y todos sus hijos. Solo quedó vivo el padre de la mujer acribillada, Julio Flórez; y el perro de la casa, que se llamaba Limber.
'Al papá de la señora Elizabeth no lo mataron y uno de los sicarios lo tomó por el cuello y le dijo, no te vamos a asesinar para que veas como masacramos a tu familia. En mi casa mataron a mi tío y mi primo Rafael De Jesús Ayazo, padre y Rafael de Jesús Ayazo Martelo, hijo. Vivimos resentidos con el Estado porque la justicia, la reparación y la no reparación nunca se ha dado', sostiene Roberto Carlos, uno de los sobrevivientes.
Roberto se ocultó en una casa finca cercana, que tenía el patio grande en el que también funcionaba un taller de mecánica. Allí lograba escuchar las ráfagas que mataron a sus vecinos y a sus familiares.
Recuerda que no hubo presencia policial, sino hasta el día siguiente y que incluso, un vecino del barrio Escolar quedó traumatizado con la masacre, al punto que hasta hace poco seguía durmiendo en un potrero, para huir del delirio persecución del que no descansa.