El grave problema de la violencia electoral es que sabemos cómo comienza pero no cómo termina.
En Colombia la hemos padecido desde tiempos inmemoriales, pero nunca aprendemos la lección. Desde los años remotos de la Guerra de los Mil Días hasta los crímenes de tres candidatos presidenciales en los 90, pasando por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, los colombianos resolvemos nuestras diferencias políticas a punta de golpes, gritos y bala.
Esta campaña electoral no será la excepción. Algo peor: podría ser mucho más violenta que todas las elecciones cruentas que hemos padecido en toda la historia. La intolerancia política está pasando de las redes sociales a las calles. Los insultos contra los contrarios, la descalificación al interlocutor con mentiras y el uso de la calumnia para pescar votos, son el pan de cada día. La consigna es ganar como sea y al precio que sea.