Desde marzo de 1943, cuando Lucho Bermúdez llega por primera vez a Bogotá con todos sus muchachos de la 0rquesta del Caribe hospendándose en el hotel Cecil, frente al Capitolio, comienza una amistad con un estudiante de medicina de la Universidad Nacional, bachiller del Colegio de Barranquilla para Varones con conocimientos de Braille y enfermería, que aprendió en la Escuela Normal La Hacienda. Se trataba del joven Plinio Guzmán, que curó de un fuerte resfriado a todos los músicos enfermos recién llegados, y así pudieron cumplir con un contrato en el Metropolitan de los sótanos de la 8a. con Jiménez, haciendo conocer el porro, la cumbia y el fandango a los cachacos.
El maestro Lucho Bermúdez siempre vivió agradecido de Plinio, quien después llegó a ser un excelente médico. La amistad se extendió hasta todos los familiares de Lucho y de los integrantes de la orquesta. Con estos dos personajes se escribió una historia, amistad que perduraría hasta la muerte del maestro, que lo consideraba su hermano del alma. Plinio atendió en su tiempo a las tres mujeres que tuvo Lucho y a todos sus hijos. A amistades como los cantantes cubanos René Cabel y Celia Cruz.
Hoy, en este centenario del natalicio del maestro, y Plinio Guzmán con casi 90 años a cuestas ha quedado solo. Todos sus contemporáneos han fallecido y él sigue campante en su cómodo edificio con un penthouse dedicado al maestro y a su recordada Barranquilla, donde exhibe los retratos y galardones de Lucho, un afiche de Pacho Galán, otro de Los Melódicos de Venezuela, todos amigos; hamacas, sombreros vueltiaos, la camiseta del Junior, pentahouse que él ha denominado Barranquillita. Lucho Bermúdez le escribió la gaita Plinio Guzmán, que todavia escuchamos y bailamos.
Lucho Bermúdez y Plinio Guzmán son el mejor ejemplo de lo que verdaderamente es una amistad, y bien vale la pena realzarlo en este año, cuando al maestro se le está celebrando en todo el país el centenario de su natalicio.
José Portaccio Fontalvo