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Bendito sea mi Dios por inculcarme, por intermedio de mis padres, que dentro de mis entrañas mora Dios.

Mil gracias a mi madre al darme vía libre en escoger entre trabajar o estudiar. Ella sabía de antemano que escogería la ultima sugerencia, estudiar.

Nunca terminé profesión alguna. No sabía que el destino influyó para poder escribir completamente dos novelas; eran los años ochenta. Ya yo llevaba mi diario, mostrándoselo a las personas más allegadas y me contaban que les gustaba mucho. Otras me pedían que les prestara las novelas para leerlas, y me daban, afortunadamente, felicitaciones. Creí, según la inmortalidad del legajo de mis novelas, que estarían en todas las librerías del mundo.

Esos escritos duraron en mis archivos 12 años, hasta que una buena persona me orientó para mandarlas a una editora norteamericana, la cual no demoró más de una semana para felicitarme, ya que me las habían aceptado para ser publicadas en todos los idiomas.

Este acontecimiento se dio en los primeros meses de 1991. Los documentos enviados por dicha empresa los recibió mi padre en las horas de dormir. Al día siguiente, papá me dijo: “Aquí está la contestación de la editora. Te felicito”. Le pregunté el porqué no me los había entregado en esa misma noche, y él contestó: “Para que durmieras, ya que yo no pude hacerlo, por la emoción que me embargó”.

Por esa época yo andaba mal. Demasiados malos pensamientos me llevaron a la droga, y andaba en el bajo mundo.

Mi padre me salvó al rechazar la oferta que me hacia la editora; esto debido a que tendría que dictar conferencias no solo en los Estados Unidos sino alrededor del mundo. Él sabía que esto hubiera sido pesado para mí, y habría sido hallado fallo. ¡Me salvó!

Hace mucho tiempo ando en el sendero recto gracias a mi Dios, y por eso he podido escribir para ustedes desde hace más de dos décadas, amigos de Lectores Escriben.

Fabio Hernández Núñez
C.c. No.7.443.280 de Barranquilla